“Tú eres mi Hijo, el predilecto,
en ti me complazco…”
(Ver Lc 3)
en ti me complazco…”
(Ver Lc 3)
Cuando Jesús esperaba su turno para ser bautizado,
seguramente San Juan Bautista no sabía qué hacer. Llegó el Mesías delante de él
y le pidió que lo bautizara. El Bautista exclamó: “Soy yo el que necesita ser
bautizado por Ti, ¿Tú vienes a mí?” (Ver Mt 3,14).
El Catecismo de la Iglesia Católica
hace referencia a esta actitud humilde de Cristo en su número 536:
“El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores…”
Cristo, quien no tenía pecado, que estaba todo sin mancha, pide ser lavado. El Agua más cristalina del mundo pide ser purificada. La Pureza Absoluta exige ser limpiada. Sí, Cristo es el Rey de la humildad. Si alguien podía exigir sus derechos era Él. Sin embargo, no buscó ser tratado de una manera especial, gozar de privilegios, aprovechar su posición de Mesías para facilitar las cosas para sí mismo. Así era toda la vida de Cristo: Una vivencia profunda de la virtud de la humildad.
“La humildad de Jesucristo no es solamente la expresión de un pensamiento o sentimiento hacia su Padre, sino la entrega al desprecio, al abandono, a la condenación, a la ignominia. No buscó lo grande, se escondió en lo pequeño. Siendo Dios no sintió vergüenza ni se sintió raro al tomar carne en el seno de una virgen, al aparecer en una cueva, al morir en una cruz; aunque humanamente quizá no pudieran pensarse situaciones más contradictorias…”
Toda la vida de Cristo fue un “bautismo”, una humillación de sí mismo, un olvidarse de sí mismo, de sus privilegios... A su imagen, podemos asegurar que la verdadera humildad está en la entrega servicial y callada a los demás.
La falta de humildad está en la raíz de muchos de nuestros problemas: Por ejemplo: Si no hay diálogo en el matrimonio es porque falta la humildad; si no hay sumisión por muchos a la moral católica es porque falta humildad; si no hay prácticas religiosas es porque creemos que podemos santificamos sin acudir a la fuente de la gracia que es la liturgia…
El bautismo es un morir y un nacer
La vida cristiana, como toda vida, es dinámica, en constante movimiento. La vida es un morir y un nacer de todos los días. El Catecismo de la Iglesia Católica nos habla nuevamente sobre este misterio en su número 537:
“Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: Debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento (en griego: “Kénosis”), descender al agua con Jesús, para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y vivir una nueva vida…”
La vida cristiana es cambio, conversión (en griego:
“Metanoia”). Cada día que pasa “algo” tiene que morir dentro de nosotros y
“algo” tiene que nacer. Cada día debemos ser menos egoístas, menos sensuales,
menos vanidosos... y más como Nuestro Señor Jesucristo.
Desgraciadamente, a veces pasa todo lo contrario: Somos
menos como Cristo. Él exigió el cambio constante de sus seguidores al decir que
tenían que seguirle todos los días por el sendero de la cruz (Ver Mt 16, 24 –
28).
“Indudablemente la cruz es el verdadero rostro de Cristo. Sólo existe un Cristo, el crucificado, para quienes con sinceridad y autenticidad desean encontrarle y amarle”.
La cruz es el “verdadero rostro de Cristo” y también del cristiano. Por el bautismo Dios nos invita a cambiar, a seguir al Crucificado, a morir a los vicios y a renacer cada día a las virtudes.
Tal vez alguien podría decir que no avanza y que tampoco retrocede en la vida cristiana, que vive su compromiso bautismal estáticamente. Esto es un engaño, porque la vida espiritual es siempre algo dinámico: O vamos adelante o retrocedemos, pero siempre en movimiento. Cada hombre está metido en el mundo como en un río. Si quiere ser fiel a Cristo tiene que nadar contra corriente; de lo contrario, ésta le arrastra.
¡Qué pena da el ver a tantos que se nombran cristianos llevados por las corrientes del materialismo, de los placeres, del consumismo! Es todo lo opuesto de sus compromisos bautismales: Renunciar a Satanás, a sus obras y a sus seducciones...
El bautismo nos pone en una nueva relación con cada persona de la Santísima Trinidad
En el bautismo de Cristo aparece la triple relación con Dios: El Padre le llamó Hijo (“Éste es mi Hijo amado”) y el Espíritu Santo descendió sobre Él (“...y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él”). Pues bien, por medio del bautismo nosotros entramos en la “familia” de Dios: Somos adoptados como hijos de Dios Padre; como consecuencia, somos hermanos del Hijo, Cristo; y somos templos del Espíritu Santo. La vida divina, la vida que corre entre las Tres Divinas Personas, corre desde nuestro bautismo en nosotros.
El Papa San Gregorio Magno decía a los cristianos del
siglo VII: “¡Cristiano, reconoce tu dignidad!”.
Así pues, cada bautizado debe reconocer su grandeza...
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