“Les digo la verdad:
Les conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, el Espíritu Consolador no vendrá a
ustedes;
pero si me voy, lo enviaré…”
(Ver Jn 16, 7)
El Espíritu Santo,
“el gran desconocido”
Jesucristo prometió y de hecho envió
al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, abogado,
defensor, y santificador de las almas.
En verdad, el Espíritu Santo es
quien nos “precede” y quien despierta en nosotros la fe, de tal manera que sólo
quien posee el Espíritu Santo puede proclamar que Cristo es el Señor.
El Espíritu Santo (dice el Catecismo
de la Iglesia Católica en su número 684), con su gracia, es el “primero” que
nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva: “Que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Ver Jn 17, 3).
Es Él quien nos lleva al
conocimiento profundo de Cristo, de su obra redentora, de su amor a los
hombres.
Es Él quien despierta en nosotros
la “nostalgia de Dios”, nos da aquella “suavidad” que es necesaria para creer y
para abandonarse incondicionalmente en la Voluntad de Dios.
Y con todo, no obstante, es el
“último”, el “gran desconocido”, en la revelación de las Personas de la
Santísima Trinidad…
Creer en el Espíritu Santo
Creer en el Espíritu Santo es profesar que se trata de una de las Personas de la Santísima Trinidad, de la misma sustancia (consubstancial al Padre y al Hijo), “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”, como proclama el Credo Niceno - Constantinopolitano.
Creer en el Espíritu Santo es
profesar que se trata de aquel que el Padre ha enviado a nuestros corazones,
como dice San Pablo, es el Espíritu de su Hijo (Ver Ga 4, 6), y que es,
realmente, Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica expone esta acción conjunta de Cristo y el Espíritu Santo: “Jesús es Cristo, es decir, el “ungido”, porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación dimana de esta plenitud. Cuando por fin Cristo es glorificado, puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en Él: Él les comunica su Gloria, es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica. La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él”. (Ver CEC 690).
La Misión del Espíritu Santo
Una vez que el Señor envió su
Espíritu sobre sus hijos de adopción, es decir, sobre todos los hombres
redimidos, su acción será unirlos a Cristo y hacerlos vivir en Él.
Analicemos brevemente estos dos
puntos:
1. Unirnos a
Cristo
El Espíritu Santo nos ayuda a ver a Cristo, el Señor, en su divinidad y en su humanidad, es decir, en la plenitud de su Persona; a sentirlo como compañero incomparable de nuestras vidas.
La amistad con el Espíritu Santo
(la Gracia) será la que nos ofrezca ese conocimiento íntimo y experiencial de
Cristo.
Por eso, nunca debemos de cansarnos
de promover en nosotros esa “amistad sencilla”, espontánea, generosa y real con
el Espíritu Santo.
Por el bautismo, Él ya habita en
nosotros, somos templos suyos. En la confirmación, recibimos la plenitud de sus
dones y frutos. Es Él quien nos conducirá a la verdad completa. Es Él quien nos
revelará los misterios del corazón de Cristo.
Por eso, quien tiene devoción al
Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, llegará cada vez
más a un profundo y mejor conocimiento de Cristo y de su obra redentora, y por
otro lado, al Padre y al descubrimiento de su amor infinito.
2. Vivir en Cristo
En realidad los diálogos íntimos que sostiene el alma con el Espíritu Santo la van conduciendo a una concepción más clara de la vida, de los hombres, y del mundo.
El Espíritu Santo va
“cristificando” a cada uno de sus fieles, y lo va conduciendo a la verdad
completa.
La amistad que se desarrolle con el
Espíritu Santo exigirá una constante atención, un saber escuchar y un actuar con
fidelidad, cueste lo que cueste, según le agrade al dulce “Huésped del alma”.
En los coloquios y diálogos que se
den con Él de día y de noche serán los que sostengan esta amistad, donde se irá
aprendiendo el verdadero sentido del tiempo y de la eternidad, de la fidelidad
en el amor, de la vanidad de todas las cosas que no sean Dios y de la relatividad
de cuanto nos ocurre en el trato con las demás criaturas.
El Espíritu Santo nos enseñará a
amar, a perdonar, a olvidar las injurias, a buscar y hacer el bien sin esperar
recompensas, a confiar en Dios y a amarle por sobre todas las cosas.
Todo esto es “vivir en Cristo” y, sobre todo, nos ayudará a comprender nuestra parte en la obra de la salvación. Nos convertirá en apóstoles comprometidos, nos hará sentir las necesidades de la Iglesia y de cada alma:
Si somos sacerdotes, nos dará un
santo celo para gastarnos y desgastarnos por los fieles; si somos religiosos,
nos ayudará a comprender más a fondo las exigencias del seguimiento vocacional;
si somos padres de familia, nos ayudará a perseverar en la misión de educar en
la fe, en la moral y en todo aquello que es propiamente humano a nuestros
hijos; y si somos hijos de familia, nos ayudará a perseverar en la obediencia y
en la fidelidad a las normas de casa, escuela y descanso. En fin, el Espíritu
Santo nos ayudará a comprender cuál es nuestra misión en la vida como miembros
del Cuerpo de Cristo. Nos ayuda a vivir “en Cristo”...
No hay comentarios:
Publicar un comentario