lunes, 6 de junio de 2016

AMÉN




“Dice el que da testimonio de todo esto:
Sí, estoy a punto de llegar.
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”
(Apoc 22, 20)

La experiencia lo confirma

Cuando hacemos una llamada por teléfono, por ejemplo, no sentimos que la charla “acabe”, sin una palabra de despedida, o alguna frase que dé la idea de que ya se puede colgar… un "bye", un "hasta pronto", o hasta un "luego nos vemos"...

Cuando escribimos una carta, o cuando decimos un discurso, sucede lo mismo: Siempre se esperan algunas letras que concluyan bien lo que bien se inició… "he dicho", "te quiero mucho", etc.

El Credo, como el último libro de la Sagrada Escritura, el Apocalipsis (Ver Apoc 22, 20), se termina con la palabra hebrea “Amén”.

Esta breve pero sustancial palabra, se encuentra también frecuentemente al final de las oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus oraciones con un “Amén”.

Es la conclusión lógica y original que hemos utilizado a lo largo de los siglos para terminar nuestra profesión de fe y nuestras oraciones cotidianas.

El “Amén hebreo” y el “Amén cristiano”

En hebreo, “Amén” pertenece a la misma raíz que la palabra “creer”. Esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad, y también la fidelidad. Así se comprende por qué el “Amén” puede expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en Él.

En el Antiguo Testamento, encontramos en el libro del profeta Isaías la expresión “Dios de verdad”, literalmente “Dios del Amén”, es decir, el Dios fiel a sus promesas:

“Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el Dios del Amén…”
(Ver Is 65, 16).

En el Nuevo Testamento, Nuestro Señor Jesucristo emplea con frecuencia el término “Amén” (Ver Mt 6, 2. 5. 16), a veces en forma duplicada (Ver Jn 5, 19), para subrayar la fiabilidad de su enseñanza, su Autoridad fundada en la Verdad que es Dios.

Así pues, el “Amén” final del Credo recoge y confirma su primera palabra: “Creo”. Creer es decir “Amén” a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él, que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de cada día será también el “Amén” al “Creo” de la Profesión de fe de nuestro Bautismo:

“Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe” (San Agustín, Sermo 58, 11, 13: PL 38, 399).

Jesucristo mismo es el “Amén” (Apoc 3, 14). Es el “Amén” definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y completa nuestro “Amén” al Padre:

“Todas las promesas hechas por Dios han tenido su “sí” en él;
y por eso decimos por él “Amén” a la gloria de Dios…”
(2 Co 1, 20)

El “Amén” en la Liturgia

Comprendiendo el significado de esta palabra, entendemos por qué su usa constantemente en nuestra Celebración por excelencia. En toda Eucaristía, al final de las oraciones Colecta, sobre las Ofrendas, y después de la Comunión; así mismo al hacer la solemne doxología (glorificación), se contesta (o se canta) con un Amén solemne:

“Por Cristo, con Él y en Él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
Amén”.

Del mismo modo, en nuestras oraciones cotidianas: Padrenuestro, Ave María, Gloria, etc., se responde con “Amén”, ya que involucra, como hemos dicho, la fidelidad de Dios y la confianza que podemos depositar en Él.

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