“Hay un tiempo para todo,
y un momento bajo el cielo para realizarlo…”
(Ver Ecle 3, 1)
El año litúrgico es un ciclo continuo. A través de los
diferentes tiempos que lo integran va dando riqueza y diversidad a nuestra vida
cristiana. Sus ritmos, sus signos y sus gestos, su temática y su contenido
doctrinal, iluminan la existencia y fortalecen nuestra religiosidad.
Este día nos detendremos a profundizar en el Tiempo
Ordinario, un tiempo que, de “ordinario”, tiene muy poco…
¿Por qué "Ordinario"?
El tiempo que no coincide con los “tiempos fuertes” es
llamado “Ordinario”. Es un tiempo “entre el año”, es decir, el tiempo “que
resta” de los tiempos de preparación (Adviento y Cuaresma), y de los tiempos de
gran solemnidad (Navidad y Pascua).
El término “Ordinario” posee diferentes significados. En
un diccionario aparecen al menos dos:
- Algo común, habitual o frecuente.
- Algo de mal gusto, poco refinado, corriente o vulgar.
Ciertamente, cuando hablamos de “Tiempo Ordinario”, no
nos referimos a un tiempo de “baja calidad”, sino a un tiempo en el que no se
celebran particularmente grandes solemnidades (como el Nacimiento de Jesús o su
Pasión, muerte y Resurrección). Es un tiempo “común”, en el que la liturgia puede
tener cierta “habitualidad” sin caer en la monotonía o la poca creatividad.
¿Cuánto dura el Tiempo Ordinario?
Se puede decir, sin mayores complicaciones, que el Tiempo
Ordinario dura 34 semanas.
Si a este tiempo le sumamos las 4 semanas de Adviento, las
2 de Navidad, las 5 de Cuaresma y las 7 de la Pascua, se cumplirían las 52
semanas que tiene el Año…
Sin embargo, la cosa no es tan simple como aparenta…
Es cierto que el año tiene habitualmente 365 días, pero
no siempre (tal es el caso de los años “bisiestos”)… es verdad que 365 entre 7
es igual a 52, pero le restan algunos decimales… además, el año litúrgico no se
rige por un ciclo solar, sino lunar; es decir, toma en cuenta el calendario
judío y no el gregoriano, como lo hacemos nosotros…
A veces, el Tiempo Ordinario dura solo 33 semanas, y es
muy importante que estemos atentos a las indicaciones que nos brinda la Iglesia
para saber en qué semana nos encontramos.
El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al
domingo después del 6 de enero (Solemnidad del Bautismo del Señor), y se
prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma (que inicia el miércoles de
ceniza); luego, vuelve a reanudarse el lunes después del domingo de Pentecostés
(cuando acaba la Pascua) y culmina antes del Domingo Primero de Adviento.
Las fechas varían cada año, pues como vimos
anteriormente, se toma en cuenta a los calendarios determinados por las fases
lunares, sobre todo para fijar la fecha del Viernes Santo, día de la
Crucifixión de Jesús; o también, la fecha del 25 de diciembre, día en que
recordamos el Nacimiento de Nuestro Señor.
Ordinario… pero no tanto
El Tiempo Ordinario es el tiempo más largo del año
litúrgico (incluso se parte en dos), y los cristianos estamos llamados a
profundizar cada domingo, el Día del Señor, en el Misterio Pascual, así como a
vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días.
Las lecturas bíblicas durante este Tiempo, dividido en
tres ciclos (Ciclo A, donde se privilegia la lectura del Evangelio según San Matero; B, donde se privilegia la lectura del Evangelio según San Marcos; y C, donde se privilegia la lectura del Evangelio según San Lucas), son de gran importancia para la formación cristiana de
la comunidad. De ninguna manera pretenden “cumplir un simple ceremonial”, sino
que nos invitan a conocer y meditar el mensaje de salvación que el Señor nos
ofrece para afrontar cristianamente las circunstancias más variadas de la
existencia.
Durante este tiempo de gracia tienen cabida múltiples
celebraciones de los Santos: Confesores, Vírgenes y Mártires… el Tiempo
Ordinario también alberga otras solemnidades del Señor o de María Santísima, y
su vivencia enriquece profundamente a quienes las celebran con fe.
Su color litúrgico es el Verde, signo de la Esperanza que
nos sostiene en este, nuestro camino a la santidad.
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