viernes, 24 de junio de 2016

CUARTO MANDAMIENTO




“Hijos, obedezcan a sus padres,
como es justo que lo hagan los creyentes…”
(Ver Ef 6, 1)

“Honrar” significa “dar honor”, “respetar”, “obedecer”, “seguir sus enseñanzas”. Pues bien, honrar a quienes nos dieron la vida (sean “buenos” o “malos”; se les conozca o no) será siempre una norma, tanto en el aspecto religioso – moral, como en el civil – social.

Actualmente estamos viviendo una crisis de valores, y esta pérdida está dañando aparentemente sin retorno al núcleo familiar, porque se está olvidando el respeto…

¿Por qué hay que honrar a los padres?

La respuesta es muy sencilla, sin embargo, no a todos satisface: Porque ellos nos dieron la vida. Fueron ellos quienes nos dieron la oportunidad de vivir y de formar parte de la sociedad; nos brindaron la ocasión de desarrollarnos, pues, en la “aventura de todos los días”…

Es cierto que no todos los padres de familia cumplen con su cometido, pero eso no demerita que hayan sido ellos, precisamente, quienes colaboraron para que cada uno de nosotros estuviéramos en este mundo. Se puede decir, y con toda propiedad, que quienes hacen las veces de Dios en cada hogar, en cada familia, son el padre y la madre.

Y el mandamiento se extiende…

En todas partes existe una persona que hace las veces de jefe o de guía que coordina… este mandamiento, así, se extiende a todas aquellas personas que tienen este cometido especial: mandar… En una fábrica, el director; en una brigada de obreros, el capitán; en un batallón, el comandante; en  una ciudad, el alcalde; en una escuela, el maestro… Si cada quien hiciera lo que tiene a bien, según le parezca, si nadie estuviera dispuesto a obedecer, todo sería un caos, un completo desorden.

Pues en el núcleo central de la sociedad, que es la familia, ocurre lo mismo: Los padres deben cumplir con la misión (nada sencilla, por cierto) de "mandar" en el hogar. Si los hijos no obedecen a sus padres, y si los padres no mandan adecuadamente a sus hijos, aquella familia está destinada al fracaso…

Es probable que en alguna ocasión los padres de familia (o cualquier otra persona que esté puesta para mandar) se equivoquen… En este caso, los subalternos, sean hijos, empleados o asalariados, sin faltarles al respeto, deben dialogar y expresar la diversa opinión o desacuerdo…

Sin embargo, cuando las circunstancias no aparezcan favorables para dialogar, hay que recordar que “el que obedece nunca se equivoca”… podrá equivocarse quien ordena, quien nos mande hacer algo aparentemente en contra de nuestra voluntad, pero nunca quien sigue las instrucciones que se le han dado…

¿Tiene algún fin ser obediente?

La Palabra de Dios nos aclara que el hecho de honrar a los padres sí tiene un fin: Tener una larga vida y vivir bien en la tierra (Ver Ex 20, 12; Dt 5, 16). El libro de los Proverbios afirma: “Escucha, hijo, la instrucción de tu padre, no olvides la enseñanza de tu madre” (Pro 1, 8 – 9), así se ganan bendiciones especiales, porque un hijo obediente es un hijo bendecido…

Son de suma importancia todos los consejos y enseñanzas de nuestros padres, pues gracias a ellos se puede salir adelante en la vida. Ellos deben enseñar con su ejemplo, y su experiencia les da la potestad de aconsejar. Un padre de familia, ordinariamente, siempre desea el bien para sus hijos y por eso no escatima en dar lo mejor de sí mismo, esperando que su descendencia viva mejor aún que lo que él pudo vivir…

Por otro lado, escuchar a los padres es expresión de inteligencia: El que ama a sus padres, los obedece y respeta, también será respetado, obedecido y amado por sus hijos…

Además, honrar a los padres es reconocer en ellos la presencia de Dios, pues Él mismo ha querido manifestarnos su Amor de Padre en su Hijo y, por otra parte, el respeto y obediencia de Jesús hacia Él y hacia sus padres terrenos: El Evangelio según San Lucas aclara que Jesús vivió "obedeciendo a sus padres" (Ver Lc 2, 51).

En conclusión

En la medida en que nosotros vivamos este Mandamiento (sin despreciar ni irritar a nuestros superiores), se nos irán abriendo las relaciones con los demás, más sanas, más duraderas y maduras, sin buscar el propio interés.

Cumplir este mandamiento, no por obligación sino por sana convicción, es la manera en que nosotros podemos crecer en amor hacia nuestros padres, crecer como personas, y nos une de una manera muy especial a Dios, que se nos manifiesta cercano en ellos…

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