“Hijos, obedezcan a sus padres,
como es justo que lo hagan los creyentes…”
(Ver Ef 6, 1)
“Honrar” significa “dar honor”, “respetar”, “obedecer”,
“seguir sus enseñanzas”. Pues bien, honrar a quienes nos dieron la vida (sean
“buenos” o “malos”; se les conozca o no) será siempre una norma, tanto en el
aspecto religioso – moral, como en el civil – social.
Actualmente estamos viviendo una crisis de valores, y
esta pérdida está dañando aparentemente sin retorno al núcleo familiar, porque
se está olvidando el respeto…
¿Por qué hay que
honrar a los padres?
La respuesta es muy sencilla, sin embargo, no a todos
satisface: Porque ellos nos dieron la vida. Fueron ellos quienes nos dieron la
oportunidad de vivir y de formar parte de la sociedad; nos brindaron la ocasión
de desarrollarnos, pues, en la “aventura de todos los días”…
Es cierto que no todos los padres de familia cumplen con
su cometido, pero eso no demerita que hayan sido ellos, precisamente, quienes
colaboraron para que cada uno de nosotros estuviéramos en este mundo. Se puede
decir, y con toda propiedad, que quienes hacen las veces de Dios en cada hogar,
en cada familia, son el padre y la madre.
Y el mandamiento
se extiende…
En todas partes existe una persona que hace las veces de
jefe o de guía que coordina… este mandamiento, así, se extiende a todas
aquellas personas que tienen este cometido especial: mandar… En una fábrica, el
director; en una brigada de obreros, el capitán; en un batallón, el comandante;
en una ciudad, el alcalde; en una
escuela, el maestro… Si cada quien hiciera lo que tiene a bien, según le
parezca, si nadie estuviera dispuesto a obedecer, todo sería un caos, un
completo desorden.
Pues en el núcleo central de la sociedad, que es la
familia, ocurre lo mismo: Los padres deben cumplir con la misión (nada
sencilla, por cierto) de "mandar" en el hogar. Si los hijos no obedecen a sus
padres, y si los padres no mandan adecuadamente a sus hijos, aquella familia
está destinada al fracaso…
Es probable que en alguna ocasión los padres de familia
(o cualquier otra persona que esté puesta para mandar) se equivoquen… En este
caso, los subalternos, sean hijos, empleados o asalariados, sin faltarles al
respeto, deben dialogar y expresar la diversa opinión o desacuerdo…
Sin embargo, cuando las circunstancias no aparezcan
favorables para dialogar, hay que recordar que “el que obedece nunca se
equivoca”… podrá equivocarse quien ordena, quien nos mande hacer algo
aparentemente en contra de nuestra voluntad, pero nunca quien sigue las
instrucciones que se le han dado…
¿Tiene algún fin
ser obediente?
La Palabra de Dios nos aclara que el hecho de honrar a
los padres sí tiene un fin: Tener una larga vida y vivir bien en la tierra (Ver
Ex 20, 12; Dt 5, 16). El libro de los Proverbios afirma: “Escucha, hijo, la
instrucción de tu padre, no olvides la enseñanza de tu madre” (Pro 1, 8 – 9),
así se ganan bendiciones especiales, porque un hijo obediente es un hijo
bendecido…
Son de suma importancia todos los consejos y enseñanzas
de nuestros padres, pues gracias a ellos se puede salir adelante en la vida.
Ellos deben enseñar con su ejemplo, y su experiencia les da la potestad de
aconsejar. Un padre de familia, ordinariamente, siempre desea el bien para sus
hijos y por eso no escatima en dar lo mejor de sí mismo, esperando que su
descendencia viva mejor aún que lo que él pudo vivir…
Por otro lado, escuchar a los padres es expresión de
inteligencia: El que ama a sus padres, los obedece y respeta, también será
respetado, obedecido y amado por sus hijos…
Además, honrar a los padres es reconocer en ellos la
presencia de Dios, pues Él mismo ha querido manifestarnos su Amor de Padre en
su Hijo y, por otra parte, el respeto y obediencia de Jesús hacia Él y hacia
sus padres terrenos: El Evangelio según San Lucas aclara que Jesús vivió
"obedeciendo a sus padres" (Ver Lc 2, 51).
En conclusión
En la medida en que nosotros vivamos este Mandamiento
(sin despreciar ni irritar a nuestros superiores), se nos irán abriendo las
relaciones con los demás, más sanas, más duraderas y maduras, sin buscar el propio
interés.
Cumplir este mandamiento, no por obligación sino por sana
convicción, es la manera en que nosotros podemos crecer en amor hacia nuestros
padres, crecer como personas, y nos une de una manera muy especial a Dios, que
se nos manifiesta cercano en ellos…
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