“No juren en modo alguno…
Que su palabra sea sí, cuando es sí; y no, cuando es no…”
(Ver Mt 5, 35. 37)
El nombre de Dios
Cuando en la Biblia nos referimos al “nombre de Dios”,
debemos ubicar el tema en tres precisas categorías:
- La que se refiere a la relación de Dios con el mundo y
con los hombres.
- La que se refiere a las perfecciones de Dios.
- La que se refiere al nombre propio de Dios.
a) La relación de
Dios con el mundo y con los hombres
Es doble: Se refiere a los “lazos” que unen al Creador con sus
criaturas, y el reconocimiento de las obras de sus manos por su Hacedor.
b) Las
perfecciones de Dios
Son los “atributos” que, por su propia esencia, se le
asignan a Dios: “Omnipotente”, “Altísimo”, “el Santo de los Santos”, “el Señor
de la Historia”, etc.
c) El nombre de
Dios
“Yahvé” = “Yo soy el que soy”. El que era, el que es, el
que será. El único capaz de dar el ser. El que sustenta el ser o quien,
retirando su espíritu, retoma el ser. El que hace que todo sea, pero nadie lo
ha hecho... en pocas palabras: "El ser por excelencia".
Colocando juntos estos tres aspectos, podemos darnos
cuenta de que hablar del Nombre de Dios es referirse a su Santísima Persona, a
sus acciones bondadosas y misericordiosas a favor de la humanidad.
Entonces, el nombre de Dios es “santo”, porque Santo es
Él. Cuando el hombre se refiere a Dios, debería hacerlo para alabarlo, glorificarlo
y bendecirlo, ya que a Él le debe todo cuanto es y... todo lo que pueda tener.
Su relación con el
primer mandamiento
Respetar el nombre de Dios (por ser un Nombre sagrado),
tiene una conexión muy especial con el primer mandamiento.
Si de Dios nos viene todo el amor, ¿Cómo no dirigirnos a
Él con el mismo amor? Este mandamiento es como la respuesta de amor que el
hombre debe al Amor.
Utilizar su nombre “en vano” (sin razón, sin sentido),
sería no comprender que Él nos ama verdaderamente.
Cuando amamos verdaderamente a alguien buscamos sólo su
bien, y en todo momento lo respetamos y le damos su lugar en nuestra vida. No
permitimos que los demás de él se mofen o hagan burla de su persona, o se
atrevan a ofenderlo. Con cuánta mayor razón si se trata de Dios, que nos ha
dado todo…
En la Sagrada Escritura es muy común que el nombre de
Dios esté siempre relacionado con su “Santidad” (Ver Ex 3, 15; 15, 3; 20, 24),
es decir, a Dios se le conoce no tanto por un nombre particular, sino por sus
obras, por su Providencia, por su santidad; así lo entendió y lo vivió el
pueblo de Israel:
“¡Oh, Señor, Dios nuestro, cuán glorioso es tu nombre en
toda la tierra!” (Sal 8, 1)
Lo que prohíbe el
segundo mandamiento
Podemos faltar al segundo mandamiento, cuando hacemos mal
uso del nombre de Dios, cuando contradecimos alguno de sus atributos, cuando
negamos su presencia y su providencia en nuestras vidas, cuando lo ponemos como
testigo de algo (jurando) y no es necesario, o las causas son más que
superficiales… Si cualquier promesa compromete el honor, la fidelidad y la
veracidad, ¡Cuánto más si se hace en nombre de Dios!
Antiguamente eran muy comunes las “blasfemias”… consisten
éstas en proferir contra Dios (sea interna o externamente), palabras de odio,
de negación, de desafío, de falta de respeto o hasta de injuria. Las blasfemias
también pueden hacerse contra la Virgen, los santos o las cosas sagradas. Es,
también, una gran falta utilizar el nombre de Dios para justificar las
prácticas criminales, las guerras, reducir a pueblos a esclavitud o
servidumbre, torturar o asesinar inocentes, etc.
Jurar en falso (es decir, jurar que lo que se dice es
verdad cuando se trata realmente de una mentira), o “perjurar” (invocar a Dios
como testigo de una promesa que no se tiene la intención de cumplir), son dos
grandes y graves faltas contra este mandamiento.
Amar a Dios, y
respetar su nombre
Dios es la verdad, y nosotros debemos hablar con ella
siempre. Ante cualquier circunstancia, nuestra palabra debe ser creíble y digna
de crédito. A esta “palabra” debemos agregar “la vida”.
Amar a Dios y respetar su nombre, son dos mandamientos
que podrían describirse juntos, porque se requieren. Cristo nos invitó a decir
siempre la verdad, porque Dios es la verdad y como de Él no viene nada falso,
tampoco a Él nada falso podrá volver…
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