“Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas…”
(Ver Mt 22, 37)
Nadie puede dudar del Amor que Dios nos tiene. Él nos
hizo libres para que en medio de nuestra vida le descubramos como cobijo, como
protección, como amor…
En correspondencia, Él nos pide nuestro amor, y ese amor
tiene que ser “por encima de todas las cosas”.
¿Qué significa
“sobre todo”?
A simple vista, parecería algo “demasiado fuerte”. Sin
embargo, Dios, antes de pedirnos amor, nos ha amado primero. Así no se comete
“ninguna injusticia”, porque solo nos pide corresponder a la solicitud que
tiene para con cada uno de nosotros.
En la Biblia encontramos muchos textos en los que se nos
dice cómo el Amor de Dios es “gratuito”, y que Él toma la iniciativa primero,
para que así podamos ser capaces de corresponder.
La Primera Carta de San Juan anota: “En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero a
nosotros” (1 Jn 4, 10). Versículos más adelante afirma: “Nosotros amamos,
porque Él nos amó primero” (1 Jn 4, 19).
Entonces, si Dios nos amó primero, lo mínimo que podemos
hacer es aceptar su amor y amarlo con todas las fuerzas, con toda el alma, la mente,
el corazón… ¡Con todo! ¡Por sobre todo!
Entonces… ¿No
debemos amar nada más?
Todo lo que tenemos en la creación es bueno, porque Dios
lo creó así (Ver Gn 1). Nada existiría si Dios no lo hubiese llamado a la
existencia: Ninguna criatura, ninguna cosa, ninguna persona, podría permanecer
en este mundo sin el “consentimiento” de Dios.
Con esto, comprendemos que todo merece cierto “amor”,
pero nada ni nadie merece el amor que le debemos a Dios. Si nosotros ponderamos
a las personas o a las cosas en un nivel que no les corresponde, estamos
faltando, en justicia, al amor que Dios merece…
El amor que nosotros podemos dar a Dios consiste en que
vivamos conforme a sus mandamientos. Pues bien, el mandamiento mayor consiste
en vivir en el amor: ésta es la meta de todos nuestros corazones.
Vivir en nuestra existencia el amor a Dios consiste en
comportarnos según sus preceptos. Así, podremos asegurar la paz en nuestros
corazones, porque viviremos en completa libertad, sin apegos a nada ni a nadie.
Los mandamientos nos llevarán a experimentar la verdadera libertad de los hijos
de Dios.
En la medida que vayamos amando a Dios por sobre todas
las cosas, teniendo a Dios en primer lugar, nuestras relaciones con los demás
será también más sanas, profundas y estables. Es cierto, fuimos hechos por el
Amor y estamos llamados a amar, así podremos realizarnos plenamente como
personas, cumpliendo nuestra vocación.
¿Qué prohíbe el
primer mandamiento?
Hemos dicho ya cómo todo merece su sitio. Si no le damos
a Dios el lugar que le corresponde (por supuesto, el Primero, el que esté por
encima de todo lo demás), faltamos a este primer mandamiento, que es, por
cierto, el más importante:
- Adorar ídolos (dioses falsos), o creer en lo que dicen
sus “intermediarios” (chamanes, nigromantes, etc.).
- Creer en alguna cosa contraria a lo que nos dicta la fe
cristiana católica (las verdades de nuestra fe, transmitidas en el Credo) o
admitir dudas serias de las mismas.
- Desconfiar de la misericordia de Dios, solícita y
paterna, siempre dispuesta a perdonarnos.
- Aceptar, retener o propagar (por medios impresos o electrónicos) libros, publicidad o
escritos contrarios a lo que nos enseña la Iglesia.
- Tomar parte en algún culto falso, o acudir a prácticas de
esoterismo, espiritismo, adivinación, magia, satanismo o usar cosas supersticiosas
(amuletos, talismanes, etc.).
- Coquetear con el ateísmo (negar, rechazar o ignorar la
existencia de Dios).
Si se ama a Dios por encima de todo, tendremos más
tranquilidad para relacionarnos con los demás, con la naturaleza, y con todas
las demás cosas. Sabiendo que todo está “en su sitio”, otorgándoles el lugar
“que merecen”, sin quitarles su importancia, nuestras relaciones serán más
sanas y provechosas.
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