“Si no hay resurrección de los muertos,
tampoco Cristo resucitó.
Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra fe…”
(Ver 1 Co 15, 12 - 13)
Tan cierto... como nuestra fe
Cuando vamos a los panteones, nos damos cuenta de que
allí están los restos de muchas personas, y que su muerte pudo haber causado
dolor a sus familiares y amigos… La muerte es un gran misterio que atormenta
desde siempre al pensamiento humano, ya que el hombre es el único ser viviente
que sabe que va a morir… que se da cuenta de que algún día, más temprano que tarde, dejará este mundo y cuanto hay en él...
Pero a pesar de este trágico acontecimiento, gracias a
Cristo, la muerte del creyente tiene un sentido “positivo”: no se trata del
final de la vida, sino del inicio de “otra”: nueva, distinta y mejor.
La resurrección de los muertos es una verdad de nuestra
fe contenida en nuestro Credo. Es, para nosotros, norma segura y realidad que
esperamos.
Creemos que del mismo modo que Cristo ha muerto y resucitado verdaderamente de entre los muertos, que así como Él vive para
siempre, así también viviremos; resucitándonos en el último día, reinaremos
también con Él (Ver Jn 6, 39 – 40). Como la suya, nuestra resurrección será
obra de la Santísima Trinidad.
Ya lo decía San Pablo:
“Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre
los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos
dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu, que habita en
ustedes” (Rom 8, 11).
Elemento esencial de la fe cristiana
Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus
comienzos un elemento esencial de nuestra fe. Esta verdad es esperanza de los
cristianos: lo somos, realmente, por creer en ella.
San Pablo anota en su primera carta a los Corintios: “¿Cómo
andan diciendo algunos que no hay resurrección de los muertos? Si no hay
resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación y vana es su fe… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre
los muertos, como primicia de los que ya murieron…” (Ver 1 Co 15, 12 – ss)
Por mucho tiempo se ha definido a la muerte como “la
separación del alma y del cuerpo”, y esto es verdad si consideramos “cuerpo” a
la “carne mortal”, al elemento material que ocupamos en este mundo y que no se
pierde ni se destruye, que solo se transforma y retorna al polvo del cual fue
formado (Ver Gn 3, 19)…
Y, ¿cómo resucitan los muertos? Es una grande y compleja
pregunta… San Pablo, nuevamente, nos ilumina:
“Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué
cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y
lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de
trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su
voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar… Así también en la resurrección de
los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza,
resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo
natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay
también un cuerpo espiritual... El primer hombre, salido de la tierra, es
terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los
hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que
hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del
celeste… En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando
este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se
revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La
muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Co 15, 35 – ss).
Gracias a Cristo, a su muerte y a su resurrección, la
muerte, para los cristianos, no debe ser mera tragedia, pues creemos que le sigue la
resurrección. Con la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, la muerte
se puede considerar como el “fin de la peregrinación terrena” y a la vez el "pórtico para la vida eterna".
Considerándola así, no deberíamos temerle… la muerte es
un paso necesario para resucitar con Cristo y entrar así en su Gloria…
San Pablo dijo: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte
una ganancia” (Flp 1, 21). Pues bien, “es cierta esta afirmación: Si hemos
muerto con Él, también viviremos con Él” (2 Tim 2, 11).
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