“Tú eres mi hijo amado,
en ti me complazco…”
(Ver Mc 1, 11)
Tan sabio como la naturaleza
Cuando los niños nacen, y apenas solventados los gastos de hospitales, partos y demás, inmediatamente sus padres
le ponen un nombre, un apelativo para poder “llamarlo de alguna manera”, para
poderlos registrar y para que sean “alguien”, con nombre y
apellido, para que sean ciudadanos del País en que nacieron y sean así sujetos
de derechos y obligaciones.
Esto no lo hemos aprendido, necesariamente, de algún
libro o enciclopedia… es cierto, se siguen “patrones culturales” o se realizan
de acuerdo a las tradiciones familiares que generación tras generación nos han
ido marcando, pero es algo “como que llevamos dentro”: Es algo “natural”, es
propio de nuestra “naturaleza”.
En la vida espiritual sucede algo parecido, si los
registros le dan a nuestros hijos un “nombre”, el bautismo les otorga una
“cualidad de filiación divina”. Si ante la sociedad aparecen nuestros hijos
como “sujetos de derechos y obligaciones”, al recibir el bautismo nuestros
hijos quedan incorporados como “miembros de Cristo: Sacerdotes de Cristo (aptos
para celebrar su fe), de Cristo profetas (anunciando y denunciando), y de
Cristo reyes (sujetos de servicio)”.
El pecado de
nuestros primeros padres
Relata el libro del Génesis (Ver Capítulo 3), que
nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, se “revelaron” haciendo caso
del demonio y comieron del fruto prohibido… consecuencia lógica de esta
transgresión para todos nosotros fue el “pecado original”, una “culpa de
origen”, de la cual nosotros no somos culpables (no la cometimos), pero sí
cargamos con sus funestas consecuencias.
Quizás nos ayude a comprender mejor esto una pequeña anécdota:
Supongamos que mis padres, muy contentos, organizan todo
y se esfuerzan por conseguir todo para que yo nazca en las mejores condiciones…
Ya casi voy a nacer pero, lamentablemente, mis padres tuvieron un serio
problema y entre deudas tienen que vender la casa donde vivían… Nazco yo, y
nazco “sin casa”. Ni yo perdí la casa de mis padres ni soy responsable de que
ellos la hayan perdido, simplemente nazco “sin la casa”, sin aquella pequeña
“seguridad familiar” que daría, sin duda, mucha estabilidad a mi hogar.
Así podríamos comprender mejor este pecado originario: ni
yo lo cometí ni soy responsable de que haya sucedido, pero cuando yo nazco lo
hago “privado de un beneficio hermoso”: la Gracia de Dios, su amistad… para
que pueda tener este “beneficio”, mis padres se esforzarán por “ganarme una
casa”, al concederme la gracia del bautismo.
Como Dios nos ama mucho y sabía que mientras estuviésemos en pecado no podríamos vivir en amistad con Él, nos envió a su Hijo Jesucristo, quien se hizo hombre como nosotros para salvarnos y hacer posible la vida de amor con Dios.
Para ello Cristo, murió en la cruz y resucitó. De esa manera venció al pecado e hizo posible que nosotros podamos morir al pecado y nacer de nuevo a la vida de Dios. Todo ello, gracias al Bautismo.
El bautismo es un sacramento
El Bautismo cumple con todos los requisitos establecidos para que haya un sacramento:
Es
un signo sensible.- Está al alcance de nuestros sentidos.
Instituido
por Cristo.- Él le dio el mandato a sus apóstoles de “ir y bautizar” a
todas las creaturas (Ver Mt 28, 18 – 20).
Confiado
a la Iglesia.- Es ella la “dispensadora” de esta gracia inmerecida.
Que
nos transmite la Gracia.- Es decir, la amistad con Dios.
Por el Bautismo, Dios nos da el gran don de ser sus hijos; dándonos su mismo Espíritu para que habite en nosotros y nos haga capaces de su Amor. A partir de este momento bendito, Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo, habitarán en el bautizado.
La Materia de este
sacramento
Llamamos “materia” a los elementos materiales sin los cuales no se puede administrar válidamente el Sacramento en cuestión. La materia que se utiliza en el Bautismo es el agua natural.
La Forma de este
sacramento
Llamamos “forma” a las palabras que se dicen para conferir válidamente un sacramento. Las palabras que dice el ministro: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, deben pronunciarse al mismo tiempo que se deja correr el agua sobre la cabeza del bautizado (en caso de “ablución”), o mientras se sumerge al que va a ser bautizado (en caso de “inmersión”), o mientras se rocía el agua sobre los que serán bautizados (en caso de aspersión).
El Ministro de este sacramento
El ministro ordinario de este sacramento es el sacerdote (obispo, presbítero o diácono). En caso de necesidad, es decir, cuando un niño o un adulto se encuentran en peligro de muerte y no es posible que el sacerdote esté presente, lo puede administrar cualquier persona, siempre y cuando tenga la intención de hacerlo y use la materia y la forma establecida. Si la persona se salva de este peligro debe acudir a la Iglesia correspondiente a completar el rito del bautismo.
Notas finales
El Bautismo es el pórtico de
entrada a todos los demás sacramentos. Además, es un sacramento que imprime
carácter, es decir, es imborrable para quien lo ha recibido…
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