martes, 5 de julio de 2016

BAUTISMO




“Tú eres mi hijo amado,
en ti me complazco…”
(Ver Mc 1, 11)

Tan sabio como la naturaleza

Cuando los niños nacen, y apenas solventados los gastos de hospitales, partos y demás, inmediatamente sus padres le ponen un nombre, un apelativo para poder “llamarlo de alguna manera”, para poderlos registrar y para que sean “alguien”, con nombre y apellido, para que sean ciudadanos del País en que nacieron y sean así sujetos de derechos y obligaciones.

Esto no lo hemos aprendido, necesariamente, de algún libro o enciclopedia… es cierto, se siguen “patrones culturales” o se realizan de acuerdo a las tradiciones familiares que generación tras generación nos han ido marcando, pero es algo “como que llevamos dentro”: Es algo “natural”, es propio de nuestra “naturaleza”.

En la vida espiritual sucede algo parecido, si los registros le dan a nuestros hijos un “nombre”, el bautismo les otorga una “cualidad de filiación divina”. Si ante la sociedad aparecen nuestros hijos como “sujetos de derechos y obligaciones”, al recibir el bautismo nuestros hijos quedan incorporados como “miembros de Cristo: Sacerdotes de Cristo (aptos para celebrar su fe), de Cristo profetas (anunciando y denunciando), y de Cristo reyes (sujetos de servicio)”.

El pecado de nuestros primeros padres

Relata el libro del Génesis (Ver Capítulo 3), que nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, se “revelaron” haciendo caso del demonio y comieron del fruto prohibido… consecuencia lógica de esta transgresión para todos nosotros fue el “pecado original”, una “culpa de origen”, de la cual nosotros no somos culpables (no la cometimos), pero sí cargamos con sus funestas consecuencias.

Quizás nos ayude a comprender mejor esto una pequeña anécdota:

Supongamos que mis padres, muy contentos, organizan todo y se esfuerzan por conseguir todo para que yo nazca en las mejores condiciones… Ya casi voy a nacer pero, lamentablemente, mis padres tuvieron un serio problema y entre deudas tienen que vender la casa donde vivían… Nazco yo, y nazco “sin casa”. Ni yo perdí la casa de mis padres ni soy responsable de que ellos la hayan perdido, simplemente nazco “sin la casa”, sin aquella pequeña “seguridad familiar” que daría, sin duda, mucha estabilidad a mi hogar.

Así podríamos comprender mejor este pecado originario: ni yo lo cometí ni soy responsable de que haya sucedido, pero cuando yo nazco lo hago “privado de un beneficio hermoso”: la Gracia de Dios, su amistad… para que pueda tener este “beneficio”, mis padres se esforzarán por “ganarme una casa”, al concederme la gracia del bautismo.

Como Dios nos ama mucho y sabía que mientras estuviésemos en pecado no podríamos vivir en amistad con Él, nos envió a su Hijo Jesucristo, quien se hizo hombre como nosotros para salvarnos y hacer posible la vida de amor con Dios.

Para ello Cristo, murió en la cruz y resucitó. De esa manera venció al pecado e hizo posible que nosotros podamos morir al pecado y nacer de nuevo a la vida de Dios. Todo ello, gracias al Bautismo.

El bautismo es un sacramento

El Bautismo cumple con todos los requisitos establecidos para que haya un sacramento:

Es un signo sensible.- Está al alcance de nuestros sentidos.
Instituido por Cristo.- Él le dio el mandato a sus apóstoles de “ir y bautizar” a todas las creaturas (Ver Mt 28, 18 – 20).
Confiado a la Iglesia.- Es ella la “dispensadora” de esta gracia inmerecida.
Que nos transmite la Gracia.- Es decir, la amistad con Dios.

Por el Bautismo, Dios nos da el gran don de ser sus hijos; dándonos su mismo Espíritu para que habite en nosotros y nos haga capaces de su Amor. A partir de este momento bendito, Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo, habitarán en el bautizado.

La Materia de este sacramento

Llamamos “materia” a los elementos materiales sin los cuales no se puede administrar válidamente el Sacramento en cuestión. La materia que se utiliza en el Bautismo es el agua natural.

La Forma de este sacramento

Llamamos “forma” a las palabras que se dicen para conferir válidamente un sacramento. Las palabras que dice el ministro: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, deben pronunciarse al mismo tiempo que se deja correr el agua sobre la cabeza del bautizado (en caso de “ablución”), o mientras se sumerge al que va a ser bautizado (en caso de “inmersión”), o mientras se rocía el agua sobre los que serán bautizados (en caso de aspersión).

El Ministro de este sacramento

El ministro ordinario de este sacramento es el sacerdote (obispo, presbítero o diácono). En caso de necesidad, es decir, cuando un niño o un adulto se encuentran en peligro de muerte y no es posible que el sacerdote esté presente, lo puede administrar cualquier persona, siempre y cuando tenga la intención de hacerlo y use la materia y la forma establecida. Si la persona se salva de este peligro debe acudir a la Iglesia correspondiente a completar el rito del bautismo.

Notas finales

El Bautismo es el pórtico de entrada a todos los demás sacramentos. Además, es un sacramento que imprime carácter, es decir, es imborrable para quien lo ha recibido…

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