“José, hijo de David,
no dudes en recibir a María como tu esposa,
porque lo que ha engendrado en su vientre
es obra del Espíritu Santo…”
(Ver Mt 1, 20)
Para este post, retomaré un extracto del estudio del P. Ariel Álvarez Valdés, titulado: “San José y las razones de su
divorcio”:
San Mateo nos cuenta, al relatar la infancia de Jesús,
cómo san José estuvo a punto de divorciarse de su esposa María cuando se enteró
de que ella estaba embarazada y que el hijo que esperaba no era suyo.
Los cristianos siempre se han sentido desconcertados por
el dramático momento que le tocó vivir a la sagrada familia, y se han
preguntado: ¿Dudó realmente José de la honestidad de su esposa? ¿Pensó que le
había sido infiel con otro hombre? ¿Cuánto tiempo vivió torturándose en
silencio, sin saber que el niño que ella llevaba en las entrañas venía del
Espíritu Santo, hasta que un ángel le contó la verdad? ¿Y por qué María no se
lo dijo, si nadie le había prohibido? ¿Por qué Dios sólo le anunció a
ella lo del embarazo virginal, y no a José? ¿Sólo para mortificarlo? ¿Y por qué
José quiso abandonarla en secreto?
Matrimonio en dos partes
Sin entrar a plantearnos la veracidad de este episodio
(que así como está contado puede ser o no histórico), sí podemos intentar
responder a estas preguntas suscitadas por el relato de Mateo.
Para ello debemos tener en cuenta las costumbres
matrimoniales de aquella época. Los judíos solían casarse temprano: a los 18
años los varones y a los 13 las niñas. Los mismos rabinos aseguraban que “Dios maldice al joven que a los 20 años aún no se ha casado”. Y por tratarse de una edad tan
prematura, la elección de la pareja corría por cuenta de los padres. Para
justificar esa costumbre los israelitas decían que era el propio Dios,
en el cielo, quien concretaba las uniones matrimoniales cuarenta días antes del
nacimiento de cada niño y que luego las comunicaba a sus padres. Pero sí se
daban algunos casos en los que los jóvenes elegían a sus futuras novias.
Concretada la elección, se realizaba la primera fase del
matrimonio, llamada por los rabinos “quidushín” (que significa consagración). Era una especie de compromiso formal,
en el que la muchacha quedaba consagrada para siempre a su novio, pero todavía no
podían vivir juntos debido a la corta edad de la joven, y a que los
esposos casi no se conocían.
El período del “quidushín” duraba generalmente un año, y los jóvenes eran considerados ya
verdaderos esposos, a tal punto que si ella llegaba a unirse en este tiempo a
algún otro hombre se convertía en adúltera; y si llegaba a morir, el
muchacho era tenido por viudo.
Transcurrido el año del “quidushín” se efectuaba la segunda parte del
matrimonio, llamada el “nissuín”, en la que luego de una gran fiesta que duraba
varios días, la joven era conducida en procesión a la casa de su esposo
para que comenzaran a vivir juntos.
La noche oscura de José
Debió, pues, de haber sido entre el “quidushín” y el “nissuín”,
es decir, entre la primera y la segunda fase del matrimonio, cuando María
quedó embarazada del Espíritu Santo. Así lo especifica Mateo: “María estaba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran
a vivir juntos, ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo” (Mt 1, 18 - 19).
¿Qué sucedió entonces entre los santos esposos? No lo
sabemos. Mateo no lo dice. Sólo podemos imaginar el drama que vivió José,
atormentado por las sospechas de infidelidad de su esposa, angustia ésta que parece que
Dios no quiso ahorrarle. Y las penurias de María, que veía sufrir a
su esposo, pero callaba porque tenía miedo de no ser comprendida.
Llegamos, así, al punto más oscuro y misterioso de todo
el relato. ¿Por qué José decide abandonar a María, dejándola sola y expuesta en
el peor momento de su vida? Mateo dice que porque él era “justo”. Pero ¿qué
tiene que ver su justicia con el hecho de abandonar a su mujer?
Se han propuesto dos teorías para explicar la justicia de
José:
Según la primera, José cree que María ha cometido
adulterio. Ahora bien, la Ley de Moisés ordenaba que la mujer adúltera debiera
ser repudiada por su marido (Dt 22, 20 - 21). Como José era “justo”, es decir, “cumplidor
de la Ley”, decide repudiarla (abandonarla) para acatar el mandato. O sea que,
según esta teoría, “justo” significaba “cumplidor de la Ley”.
Pero esta hipótesis choca con un inconveniente. La Ley
ordenaba al marido repudiar “públicamente” a la mujer infiel. Y José decide repudiarla en secreto. Por lo tanto
no estaría cumpliendo la Ley de Moisés. ¿Cómo entonces se lo puede llamar justo?
En la segunda teoría, José cree que María ha cometido
adulterio. Pero él sabe que la Ley manda apedrear a las adúlteras hasta que
mueran. Entonces, como es “justo”, es decir, “bondadoso”, y no quiere que ella sufra... aparentemente, prefiere que a él le echen la culpa del evento... la abandona, sí,
pero en secreto para salvarle la vida. Por lo tanto, según esta teoría, “justo” significaba “bondadoso”.
Pero también esta hipótesis presenta dificultades. Si
José quiere abandonar en secreto a María porque es “bueno”, no debería
llamárselo “justo” sino “bondadoso”. ¿Por qué entonces Mateo dice que es justo?
La tercera teoría
Ninguna de las dos teorías, pues, explica
satisfactoriamente por qué José quiere abandonar a María. Por eso actualmente
los biblistas han propuesto una tercera que, aparte de armonizar mejor con el
contexto del relato, tiene el mérito de arrojar una nueva luz sobre san José.
Según ésta, José desde siempre conoció el misterio de
María. Desde el principio supo que el niño que su esposa llevaba en las
entrañas era hijo del Espíritu Santo. Por eso jamás pensó que ella lo hubiera
engañado. Esto se deduce del modo como vimos que Mateo comienza su relato. Éste
decía: “El nacimiento de Jesucristo fue así: María
estaba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos
ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo”.
O sea que empieza dando tres informaciones:
a) Que María estaba comprometida con José.
b) Que no vivían juntos.
c) Que ella quedó embarazada del Espíritu Santo.
Nosotros normalmente suponemos que José sólo conocía dos
de estos datos: el primero y el segundo. Pero no el tercero. ¿Y por qué no?
¿Por qué, si Mateo enumera juntos los tres datos, y luego presenta a José
analizando este dilema, él va a saber sólo dos de esos datos? Es lógico que,
según Mateo, José conociera las tres informaciones.
¿Cómo supo José del embarazo virginal de su mujer? Mateo
no lo dice. Pero tampoco dice cómo se enteró María (Lucas es el que cuenta que
la anunciación fue por medio de un ángel). Por lo tanto, es posible pensar que
para Mateo ambos se enteraron de la misma manera.
Era otro el aviso
Resta un último problema. ¿Por qué un ángel le avisa en
sueños a José que el hijo que espera María es del Espíritu Santo, si él ya lo
sabía? En realidad las palabras del ángel están mal traducidas en las Biblias.
En efecto, éstas suelen decir: “José, no tengas miedo en tomar contigo a
María, tu esposa, porque lo que ella ha concebido viene del Espíritu
Santo. Dará a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”.
Pero muchos biblistas afirman que las partículas griegas “gar” y “de”, que
aparecen en esta frase, no hay que traducirlas al castellano como “porque” sino
como “porque si bien”. De ese modo el mensaje del ángel cambia totalmente, y
queda así: “José, no tengas miedo en tomar contigo a María porque, aun si bien
lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo, dará a luz a un hijo a quien
tú pondrás por nombre Jesús”.
Por lo tanto, lo que el ángel le informa a José no es el
origen divino del niño (cosa que ya sabía), sino que él debe quedarse con María
para ponerle el nombre (cosa que no sabía).
Un plan para los dos
Ahora sí, con esta nueva perspectiva, tratemos de
entender el relato de Mateo.
José y María, dos jóvenes israelitas de 18 y 13 años
respectivamente, estaban comprometidos. Habían concretado la primera fase del
matrimonio, es decir, el “quidushín”, y esperaban pronto poder ir a vivir juntos una vez que se cumpliera
el plazo estipulado. Pero en el entretiempo María resultó escogida por Dios
para ser la madre de su divino Hijo. Enterado José, se encontró frente a
un serio problema. Él había elegido a María para sí, para que fuera su esposa,
la madre de sus hijos, su compañera. Pero ahora se da cuenta de que Dios
también se había fijado en ella, y también Él la había elegido como madre de su
Hijo.
¿Cómo competir con Dios por el amor de una muchacha?
¿Podría tener a Dios como contrincante? No. Tampoco podía apropiarse de un hijo
que no era suyo, sino que venía del cielo. Hubiera sido una injusticia.
Aquí, entonces, se aclara la decisión de José. Como él
era justo, no queriendo apoderarse de un hijo que le pertenecía a Dios, y
viendo además que Dios había elegido a la misma mujer que él para iniciar el
plan de salvación, resuelve dejar a su esposa libre del compromiso que habían
contraído, y divorciarse en secreto.
Y así lo había decidido, cuando en sueños se le presenta
un ángel y le dice que no tenga miedo (es decir, escrúpulos) en tomar a María
como esposa (es decir, celebrar el “nissuín”). Porque si bien el hijo que ella espera viene de Dios, él le pondrá
el nombre de Jesús cuando nazca.
En otras palabras, Dios le pide a José que se quede junto
a María. Porque aun cuando ella ha sido elegida para Dios, él también ha sido
elegido; él también forma parte del plan de salvación. ¿Y cuál es su misión en
todo esto? Deberá ponerle el nombre al niño, es decir, considerarlo como suyo,
asumirlo como propio. Porque al ser él descendiente de la familia del rey
David, si lo adoptaba como su hijo podía convertirlo a Jesús en un “descendiente” de
David, en un “hijo de David”. E introduciéndolo a Jesús en la genealogía de
David, se cumplían las profecías anunciadas sobre Él.
Recuperar a José
Siempre hemos tenido una imagen triste y descolorida de
san José. Lo imaginamos como un pobre hombre (cuando no anciano), manso y
sufrido, que mes tras mes debió ver crecer el vientre de su amada, mientras por
dentro se moría de dolor en silencio. Desorientado y casi ridículo, luchando
entre la confianza y la duda, entre el amor y los celos. Incapaz de comprender
el misterio de la encarnación, por eso no se lo contaban.
Pero no es ése el san José del evangelio. José nunca tuvo
dudas sobre su María. Lo supo todo desde el principio, porque tenía la misma
madurez que su esposa. Su única duda fue si Dios lo quería o no al lado de su
mujer. Y Dios le hizo saber que sí.
Hoy los cristianos hemos encumbrado enormemente a María,
pero no así a José. En la Liturgia tenemos muchísimas fiestas de la Virgen,
pero sólo dos de san José. Los mismos estudios de Mariología dan la impresión
de que ella no hubiera sido casada, que se hubiera santificado fuera del
contexto matrimonial y familiar. Incluso nuestras devociones, imágenes y
pinturas se centran casi exclusivamente en María, y prescinden de José. Hemos
separado lo que Dios ha unido.
Pero María y José amaron a Dios “en equipo”. Se
santificaron juntos. El uno con el otro. El uno gracias al otro. Estuvieron
juntos desde el principio. Por eso hoy en día en que tantas familias atraviesan
momentos de crisis, que muchos matrimonios hacen agua por todos lados, y que la
Iglesia no dispone de modelos conyugales, conviene recordar a José, a quien
Dios quiso santificar en familia unido para siempre a María.
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