domingo, 24 de julio de 2016

MARÍA, SU MADRE...




“El Señor mismo les dará una señal:
¡Miren!, la joven está encinta y dará a luz un hijo,
a quien le pondrá el nombre de Emmanuel…”
(Ver Is 7, 14)

A Cristo… por María

Lo que la fe católica cree acerca de la Santísima Virgen María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo…  (Ver CEC 487)

Veamos algunos aspectos que nos pueden iluminar acerca de la verdadera relación que debemos mantener con María, la Madre de Dios.

Madre de Dios

En los Evangelios, pero sobre todo en los Evangelios de la infancia (San Mateo y San Lucas), María es llamada “madre de Jesús” y “Madre de Dios”.

San Lucas comenta que Isabel, su parienta, llena del Espíritu Santo,  la llamó “madre de mi Señor” (Lc 1, 43), y esto aún antes de que naciera Jesús. En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad.

Por eso, la Iglesia ha llegado a confesar que María es, verdaderamente, madre de Dios  (Ver CEC 495).

Desde el Siglo III, los cristianos invocaban a María como “Madre de Dios” con la oración que hasta nuestros días se reza:

“Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”.

Más tarde, en el año 431, en el marco del Concilio de Éfeso (el tercer Concilio Ecuménico de la historia del Cristianismo) se define que María es “Madre de Dios”.

Obviamente, María no es la Madre de Dios por haberle dado al Verbo de Dios la existencia, ya que Él es eterno como el Padre, sino porque a quien María concibió y dio a luz es, ni más ni menos, el mismo Dios.

Por este único privilegio María es la criatura más excelsa de todas. Podría considerársele, y con justa razón, la obra más hermosa salida de las manos de Dios en cuanto “creatura suya”…

No obstante, y esto hay que decirlo con claridad, con relación a Dios quedará siempre en este nivel, el de una creatura, por tanto, a una distancia infinita de Él.

Esto quiere decir que de nuestra parte nunca deberá recibir “adoración”, pues sólo a Dios se le ofrece este tipo de culto… a ella, la veneramos (llamada “hiper dulía”), es decir, reconocemos su santidad al haber vivido en grado heroico las virtudes.

María, Virgen

En varios textos de la Biblia se compara la relación de Dios con su pueblo a la que mantienen los esposos, exigiendo, justamente, la fidelidad (Ver Os 2 - 3).

Este concepto es retomado por San Pablo cuando manifiesta a los cristianos que desearía ofrecerlos a Cristo como una casta virgen: “Mis celos por ustedes son celos de Dios, ya que los he desposado con un solo marido, presentándolos a Cristo como si fueran una virgen pura” (2 Cor 11, 2). San Agustín recuerda que “todos deben ser vírgenes según la fe (aunque no lo sean carnalmente), sean mujeres como hombres” (Discursos 213, 7).

Por otro lado, algunos cristianos están  llamados a expresar, a imitación de Cristo, la “virginidad del  corazón” en aquel signo concreto que es la integridad del cuerpo y, por eso, siguiendo los consejos evangélicos, se abstienen libremente de participar del don de la procreación y de la vida conyugal: Se trata de hombres y mujeres (religiosos, religiosas, monjes, monjas, sacerdotes, misioneros, misioneras, etc.) que han entregado su virginidad por el Reino de los Cielos. Pues bien, la fe y la dedicación virginal del pueblo de Dios se realizan de manera especial en María, la mujer “siempre virgen”:  Virgen en el corazón y en el cuerpo, antes, durante y después del nacimiento de Jesús. La Iglesia enseña que “lo ha concebido, sin concurso humano (sin participación de varón), por obra del Espíritu Santo; le dio a luz sin corrupción quedando íntegra su virginidad también después del parto…” (Sínodo de Letrán, cánones 3 - DS 503 -).

- La virginidad antes del parto se debe al origen divino de Jesús.
- La virginidad durante el parto indica que el dolor que éste supone, debido al pecado de Eva (Gn 3, 16), queda sublimado por la gozosa esperanza del Salvador, que libera de toda corrupción.
- La virginidad después del parto es signo de que María se ofreció totalmente a la persona y obra de su Hijo; viviendo una vida pura y dedicada al servicio del Reino, según las enseñanzas de Jesús.

María, a pesar de haberse casado con José, manifesta su total consagración a Dios. Este gesto, lejos de rebajar la santidad de esta pareja, nos aclara que María y José honraron tanto la virginidad como el matrimonio.

Es verdad que algunos (cristianos y no cristianos) rechazan la virginidad de María, porque en los Evangelios se mencionan “los hermanos de Jesús”, y por ello algunos exegetas apuntan que esta expresión significaba, más bien, “parientes próximos” pues la misma palabra es utilizada para denominar “hermano, primo, sobrino…” (Ver Gn 13, 8; 14, 14; 29, 10. 12). Además, dos de los nombrados “hermanos de Jesús” son Santiago y José, los cuales tienen por madre a otra María (Ver Mc 6,3; 15, 40).

En definitiva, el sentido profundo del nacimiento virginal de Jesús es el de un prodigio realizado por Dios; es creer que Dios es Padre Todopoderoso; expresa con claridad que Jesús como Hijo de Dios tiene su origen único y exclusivamente en el Padre que está en los cielos.

Como resumen, leamos lo que el Papa Paulo VI escribió en su llamado “Credo del Pueblo de Dios”: “Nosotros creemos que María es la madre siempre virgen del Verbo Encarnado, nuestro Dios y salvador Jesucristo, y que, por razón de esta singular elección, ella, en virtud de los méritos de su Hijo,  ha sido redimida de la manera más eminente, preservada de toda mancha de pecado original y colmada con los dones de la gracia, mucho más que las otras criaturas…”

Honremos a María, y reconozcamos su cooperación en la obra de nuestra redención…

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