“El Señor mismo les dará una señal:
¡Miren!, la joven está encinta y dará a luz un hijo,
a quien le pondrá el nombre de Emmanuel…”
(Ver Is 7, 14)
A Cristo… por
María
Lo que la fe católica cree acerca de la Santísima Virgen María
se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María
ilumina a su vez la fe en Cristo… (Ver CEC 487)
Veamos algunos
aspectos que nos pueden iluminar acerca de la verdadera relación que debemos
mantener con María, la Madre de Dios.
Madre de Dios
En los Evangelios, pero sobre todo en los Evangelios de
la infancia (San Mateo y San Lucas), María es llamada “madre de Jesús” y “Madre
de Dios”.
San Lucas comenta que Isabel, su parienta, llena del
Espíritu Santo, la llamó “madre de mi
Señor” (Lc 1, 43), y esto aún antes de que naciera Jesús. En efecto, aquel que
ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho
verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre,
la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Por eso, la Iglesia ha llegado a confesar que María es,
verdaderamente, madre de Dios (Ver CEC
495).
Desde el Siglo III, los cristianos invocaban a María como
“Madre de Dios” con la oración que hasta nuestros días se reza:
“Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no
desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien,
líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”.
Más tarde, en el año 431, en el marco del Concilio de Éfeso (el
tercer Concilio Ecuménico de la historia del Cristianismo) se define que María
es “Madre de Dios”.
Obviamente, María no es la Madre de Dios por haberle dado
al Verbo de Dios la existencia, ya que Él es eterno como el Padre, sino porque
a quien María concibió y dio a luz es, ni más ni menos, el mismo Dios.
Por este único privilegio María es la criatura más
excelsa de todas. Podría considerársele, y con justa razón, la obra más hermosa
salida de las manos de Dios en cuanto “creatura suya”…
No obstante, y esto hay que decirlo con claridad, con
relación a Dios quedará siempre en este nivel, el de una creatura, por tanto, a una
distancia infinita de Él.
Esto quiere decir que de nuestra parte nunca deberá
recibir “adoración”, pues sólo a Dios se le ofrece este tipo de culto… a ella,
la veneramos (llamada “hiper dulía”), es decir, reconocemos su santidad al
haber vivido en grado heroico las virtudes.
María, Virgen
En varios textos de la Biblia se compara la relación de
Dios con su pueblo a la que mantienen los esposos, exigiendo, justamente, la
fidelidad (Ver Os 2 - 3).
Este concepto es retomado por San Pablo cuando manifiesta
a los cristianos que desearía ofrecerlos a Cristo como una casta virgen: “Mis
celos por ustedes son celos de Dios, ya que los he desposado con un solo
marido, presentándolos a Cristo como si fueran una virgen pura” (2 Cor 11, 2). San
Agustín recuerda que “todos deben ser vírgenes según la fe (aunque no lo sean
carnalmente), sean mujeres como hombres” (Discursos 213, 7).
Por otro lado, algunos cristianos están llamados a expresar, a imitación de Cristo,
la “virginidad del corazón” en aquel
signo concreto que es la integridad del cuerpo y, por eso, siguiendo los
consejos evangélicos, se abstienen libremente de participar del don de la procreación
y de la vida conyugal: Se trata de hombres y mujeres (religiosos, religiosas,
monjes, monjas, sacerdotes, misioneros, misioneras, etc.) que han entregado su
virginidad por el Reino de los Cielos. Pues bien, la fe y la dedicación
virginal del pueblo de Dios se realizan de manera especial en María, la mujer
“siempre virgen”: Virgen en el corazón y en el cuerpo, antes, durante y después
del nacimiento de Jesús. La Iglesia enseña que “lo ha concebido, sin concurso
humano (sin participación de varón), por obra del Espíritu Santo; le dio a luz
sin corrupción quedando íntegra su virginidad también después del parto…”
(Sínodo de Letrán, cánones 3 - DS 503 -).
- La virginidad antes
del parto se debe al origen divino de Jesús.
- La virginidad durante
el parto indica que el dolor que éste supone, debido al pecado de Eva
(Gn 3, 16), queda sublimado por la gozosa esperanza del Salvador, que libera de
toda corrupción.
- La virginidad después
del parto es signo de que María se ofreció totalmente a la persona y
obra de su Hijo; viviendo una vida pura y dedicada al servicio del Reino, según las enseñanzas de Jesús.
María, a pesar de haberse casado con José, manifesta su total consagración a Dios. Este
gesto, lejos de rebajar la santidad de esta pareja, nos aclara que María y
José honraron tanto la virginidad como el matrimonio.
Es verdad que algunos (cristianos y no cristianos)
rechazan la virginidad de María, porque en los Evangelios se mencionan “los
hermanos de Jesús”, y por ello algunos exegetas apuntan que esta expresión significaba, más bien, “parientes
próximos” pues la misma palabra es utilizada para denominar “hermano, primo, sobrino…” (Ver
Gn 13, 8; 14, 14; 29, 10. 12). Además, dos de los nombrados “hermanos de Jesús”
son Santiago y José, los cuales tienen por madre a otra María (Ver Mc 6,3; 15,
40).
En definitiva, el sentido profundo del nacimiento
virginal de Jesús es el de un prodigio realizado por Dios; es creer que Dios es
Padre Todopoderoso; expresa con claridad que Jesús como Hijo de Dios tiene su
origen único y exclusivamente en el Padre que está en los cielos.
Como resumen, leamos lo que el Papa Paulo VI escribió en su
llamado “Credo del Pueblo de Dios”: “Nosotros creemos que María es la madre
siempre virgen del Verbo Encarnado, nuestro Dios y salvador Jesucristo, y que,
por razón de esta singular elección,
ella, en virtud de los méritos de su Hijo, ha sido redimida de la manera más eminente,
preservada de toda mancha de pecado original y colmada con los dones de la
gracia, mucho más que las otras criaturas…”
Honremos a María, y reconozcamos su cooperación en la
obra de nuestra redención…
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