martes, 26 de julio de 2016

LA INFANCIA DE JESÚS




“Bajó con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos.
Su madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón
y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio
ante Dios y ante los hombres…”
(Ver Lc 2, 51 - 52)

Muy poco… casi nada

Así es, y por más que busquemos en los libros canónicos (los aprobados como “inspirados por Dios y que por eso están en la Sagrada Escritura), sabemos poco sobre la infancia de Jesús.

Su vida de niño seguramente fue muy perecida a la de sus contemporáneos, sin extravagancias, sin ninguno de los actos que bien podrían considerarse “sacados de los libros de hadas”.

Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre, su madre lo envolvió en pañales, lo acostó en un pesebre, y unos sencillos pastores fueron los primeros testigos del acontecimiento: En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo.

Luego, a los ocho días de nacido fue circuncidado y se le impuso un nombre: “Jesús”. A los cuarenta días fue presentado en el Templo, y a la edad de doce años acompañó a sus padres en peregrinación a la Ciudad Santa de Jerusalén.

Prácticamente en esto se resume la infancia de Jesús…

“Hurgando” en la historia

Tomando en cuenta la vida y las costumbres de los lugares donde nació y creció Jesús, su casa debió ser semejante a las de su época: construida de arcilla (barro), de tejido plano y de una sola habitación.

José, su “padre putativo”, probablemente ejercía su oficio, ayudado por Jesús, allí, en su misma casa.

Todo pueblecito de la extensión de Nazaret, solía tener su carpintero. Los cuadros que a veces vemos de Jesús en su juventud haciendo yugos bien trabajados no representan ciertamente todo lo que hacía, y podemos estar seguros de que era un experto en poner cimientos, tapizar paredes, cepillar madera e incluso adornar las casas y los muebles que fabricaba.

Escolaridad

Pese a lo dicho de la sencillez que envolvía su vida en el hogar, Jesús debió recibir una muy buena educación.

Se le consideraba una persona apta para leer el Antiguo Testamento (que se hacía en la lengua oficial del culto y del Templo: en hebreo), cuando asistió a la sinagoga de Nazaret (Ver Lc 4, 16); de hecho, no a cualquier persona de su edad podría leer el hebreo, aunque fuera capaz incluso de hablarlo…

Tomando en cuenta la Escritura

En los Evangelios, más que en cualquier otro libro de la Escritura, podemos encontrar algunos pasajes que nos ayudan a descubrir los rasgos sobresalientes de la infancia de Jesús:

San Mateo nos presenta el hecho de la necesidad que José y María tuvieron de salir hacia Egipto juntamente con el niño para protegerlo del peligro de muerte que lo amenazaba:

“El ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: levántate toma al niño y a su madre y huye a Egipto…” (Mt 2, 13).

Después de estar algún tiempo viviendo en el extranjero, José nuevamente recibió un mensaje de parte de Dios para volver a su patria:

“Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel…” (Mt 2, 20 - 23).

Al volver, se dio cuenta de que existía todavía algún peligro para Jesús, por lo que, ante un nuevo aviso de Dios, su familia se instaló en Nazaret, donde transcurrirá su infancia y la mayor parte de su existencia humana.

San Lucas describe la Infancia de Jesús con toda sencillez diciendo que “crecía y se fortalecía” (Lc 2, 40) como cualquier otro muchacho en lo común y ordinario de la vida… pero aporta un dato novedoso: Jesús estaba “lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”.

A continuación, refiere precisamente una anécdota de la vida de Jesús en su adolescencia:

El relato de cómo Jesús se perdió en Jerusalén cundo tenía doce años de edad.

Había ido allí en una peregrinación religiosa con María y José, para tomar parte en una de las grandes fiestas judías pero… ¡Se les perdió!

Cuando sus padres lo encontraron en el templo les preguntó:

“¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 41 - 52).

Con esto comprendemos que Jesús tenía un sentido, poco común, de la presencia de Dios en su vida: Dios era su Padre, y los asuntos de su Padre eran lo más importante para Jesús.

Cabe resaltar la actitud del niño respecto a José y María, lo cual señala San Lucas al continuar diciendo:

“Bajó con ellos a Nazaret donde vivió obedeciéndolos” y mientras tanto Jesús “crecía en sabiduría, en estatura y gracia, ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51 - 52). La obediencia a María y José, es una imagen temporal de su obediencia al Padre celestial: Su sumisión anunciaba y anticipaba la que más tarde tendría para con su Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

El Catecismo de la Iglesia Católica apunta que “la obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido” (Cfr. CEC 532). 

Conclusión

Jesús llevaba una vida normal porque era como todo joven de su tiempo: creció y se desarrolló en el seno de una familia, tuvo amigos, trabajó, conoció la historia, la cultura y la religiosidad de su pueblo, se interesó por los problemas de su gente, asumió responsabilidades, participó, compartió y celebró su fe.

Realizaba lo propio de un adolescente o joven israelita, lo común u ordinario de la vida, nada lo distinguió, no fue un ser excepcional o superhombre, por eso no es extraño que la gente sorprendida se preguntara “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Ver Lc 4, 22).

Jesús aceptó “hacerse hombre” con el trabajo, con la lentitud que esto implica y sin saltar ninguna etapa de la vida fue creciendo y madurando así, gradualmente.

Cristo vivió esos primeros años de su vida como un hombre ordinario, es decir, identificándose con la gente y con la historia de su pueblo…


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