“Bajó con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos.
Su madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos
en su corazón
y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
aprecio
ante Dios y ante los hombres…”
(Ver Lc 2, 51 - 52)
Muy poco… casi
nada
Así es, y por más que busquemos en los libros canónicos
(los aprobados como “inspirados por Dios y que por eso están en la Sagrada
Escritura), sabemos poco sobre la infancia de Jesús.
Su vida de niño seguramente fue muy perecida a la de sus
contemporáneos, sin extravagancias, sin ninguno de los actos que bien podrían
considerarse “sacados de los libros de hadas”.
Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia
pobre, su madre lo envolvió en pañales, lo acostó en un pesebre, y unos
sencillos pastores fueron los primeros testigos del acontecimiento: En esta
pobreza se manifiesta la gloria del cielo.
Luego, a los ocho días de nacido fue circuncidado y se le
impuso un nombre: “Jesús”. A los cuarenta días fue presentado en el Templo, y a la edad de doce
años acompañó a sus padres en peregrinación a la Ciudad Santa de Jerusalén.
Prácticamente en esto se resume la infancia de Jesús…
“Hurgando” en la
historia
Tomando en cuenta la vida y las costumbres de los lugares
donde nació y creció Jesús, su casa debió ser semejante a las de su época:
construida de arcilla (barro), de tejido plano y de una sola habitación.
José, su “padre putativo”, probablemente ejercía su
oficio, ayudado por Jesús, allí, en su misma casa.
Todo pueblecito de la extensión de Nazaret, solía tener
su carpintero. Los cuadros que a veces vemos de Jesús en su juventud haciendo
yugos bien trabajados no representan ciertamente todo lo que hacía, y podemos
estar seguros de que era un experto en poner cimientos, tapizar paredes,
cepillar madera e incluso adornar las casas y los muebles que fabricaba.
Escolaridad
Pese a lo dicho de la sencillez que envolvía su vida en
el hogar, Jesús debió recibir una muy buena educación.
Se le consideraba una persona apta para leer el Antiguo
Testamento (que se hacía en la lengua oficial del culto y del Templo: en hebreo),
cuando asistió a la sinagoga de Nazaret (Ver Lc 4, 16); de hecho, no a cualquier
persona de su edad podría leer el hebreo, aunque fuera capaz incluso de
hablarlo…
Tomando en cuenta la Escritura
En los Evangelios, más que en cualquier otro libro de la
Escritura, podemos encontrar algunos pasajes que nos ayudan a descubrir los
rasgos sobresalientes de la infancia de Jesús:
San Mateo nos presenta el hecho de la necesidad que José
y María tuvieron de salir hacia Egipto juntamente con el niño para protegerlo
del peligro de muerte que lo amenazaba:
“El ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le
dijo: levántate toma al niño y a su madre y huye a Egipto…” (Mt 2, 13).
Después de estar algún tiempo viviendo en el extranjero,
José nuevamente recibió un mensaje de parte de Dios para volver a su patria:
“Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a
la tierra de Israel…” (Mt 2, 20 - 23).
Al volver, se dio cuenta de que existía todavía algún
peligro para Jesús, por lo que, ante un nuevo aviso de Dios, su familia se
instaló en Nazaret, donde transcurrirá su infancia y la mayor parte de su
existencia humana.
San Lucas describe la Infancia de Jesús con toda
sencillez diciendo que “crecía y se fortalecía” (Lc 2, 40) como cualquier otro
muchacho en lo común y ordinario de la vida… pero aporta un dato novedoso:
Jesús estaba “lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”.
A continuación, refiere precisamente una anécdota de la vida
de Jesús en su adolescencia:
El relato de cómo Jesús se perdió en Jerusalén cundo
tenía doce años de edad.
Había ido allí en una peregrinación religiosa con María y
José, para tomar parte en una de las grandes fiestas judías pero… ¡Se les
perdió!
Cuando sus padres lo encontraron en el templo les
preguntó:
“¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi
Padre?” (Lc 2, 41 - 52).
Con esto comprendemos que Jesús tenía un sentido, poco
común, de la presencia de Dios en su vida: Dios era su Padre, y los asuntos de
su Padre eran lo más importante para Jesús.
Cabe resaltar la actitud del niño respecto a José y
María, lo cual señala San Lucas al continuar diciendo:
“Bajó con ellos a Nazaret donde vivió obedeciéndolos” y
mientras tanto Jesús “crecía en sabiduría, en estatura y gracia, ante Dios y
ante los hombres” (Lc 2, 51 - 52). La obediencia a María y José, es una imagen temporal de su obediencia
al Padre celestial: Su sumisión anunciaba y anticipaba la que más tarde tendría para con su
Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
El Catecismo de la Iglesia Católica apunta que “la
obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de
restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido” (Cfr. CEC 532).
Conclusión
Jesús llevaba una vida normal porque era como todo joven
de su tiempo: creció y se desarrolló en el seno de una familia, tuvo amigos,
trabajó, conoció la historia, la cultura y la religiosidad de su pueblo, se
interesó por los problemas de su gente, asumió responsabilidades, participó,
compartió y celebró su fe.
Realizaba lo propio de un adolescente o joven israelita,
lo común u ordinario de la vida, nada lo distinguió, no fue un ser excepcional
o superhombre, por eso no es extraño que la gente sorprendida se preguntara “¿No
es éste el hijo del carpintero?” (Ver Lc 4, 22).
Jesús aceptó “hacerse hombre” con el trabajo, con la
lentitud que esto implica y sin saltar ninguna etapa de la vida fue creciendo y
madurando así, gradualmente.
Cristo vivió esos primeros años de su vida como
un hombre ordinario, es decir, identificándose con la gente y con la historia
de su pueblo…
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