“Maestro, tú eres el Hijo de Dios,
tú eres el Rey de Israel…”
(Jn 1, 49)
En el post anterior nos dimos cuenta
de lo que significa la palabra “Cristo”, y adelantábamos que, para nosotros,
Jesús es el “Mesías”, es decir, el “Salvador del mundo”.
Los reyes… un fracaso
Durante el reinado de los reyes, el
pueblo de Israel había esperado que cada uno de sus monarcas mostrara las
características de un “ungido de Dios”, pero con el fracaso frecuente y casi
absoluto de los diversos reyes de Israel, se comenzó a proyectar esa esperanza
hacia el futuro…
Pudiéramos decir que sólo tres reyes
se ganaron el respeto y cariño de su pueblo, y eso por las reformas que
establecieron, sea en el campo político o religioso: David, Ezequías y Josías.
Fuera de éstos, es constante el
reproche del libro de los reyes: “Hizo lo que es malo a los ojos de Yavé” (Ver
2 Re 21, 2 y paralelos).
La promesa del Salvador
Ante cada desastre en Israel (batalla
perdida, destierro, hambre, injusticias, etc.), se esperaba un pronto auxilio
de Dios por medio de su Mesías.
Así se comenzó a gestar la “esperanza
mesiánica”, previendo que Dios, siempre atento a las necesidades de su pueblo,
enviaría a su Mesías como instrumento de redención – liberación – santificación.
Es por eso que los profetas comienzan
a anunciar que este Mesías sería un personaje con poder ilimitado, que
establecería definitivamente la paz y la justicia sobre el mundo (Ver Is 9, 7;
11, 4; Os 14, 2 - 9; Am 9, 11 - 15).
El profeta Isaías hace hincapié que
este Mesías será diferente a las expectativas humanas y que más bien será el
“Siervo sufriente”, que en lugar de dominar será “dominado”, oprimido y
angustiado; un Mesías que, en vez de vengarse de sus enemigos, aceptará
humildemente el injusto castigo que éstos le proporcionarán (Ver Is 53, 1 - 9).
Para el profeta Jeremías el Mesías tendrá,
más bien, una función sacerdotal: será un representante de Dios y, por otra
parte, del pueblo ante Dios; fungiendo como un “pontífice”, es decir, como un
“puente” que podrá “acercar” las plegarias de los hombres hacia Dios, y podrá
“traer” las bendiciones de Dios hacia su pueblo (Ver Jer 23, 5 - 6; 33, 8. 15 -18).
Por último, el profeta Zacarías
muestra al Mesías como “justo, salvador y humilde” (Ver Zac 9, 9). Por eso, el
Mesías del Antiguo Testamento es, por antonomasia, el “Salvador” de su pueblo.
Jesús, el Cristo
La Carta a los Hebreos comienza
diciendo que “muchas veces, y de muchas maneras, habló Dios a nuestros
antepasados por boca de los profetas; en estos tiempos, que son los últimos,
nos ha hablado por medio de su Hijo…” (Heb 1, 1).
Pues bien, cuando Jesús “aparece” en
la escena de la historia de la salvación, marcando el “culmen” y a la vez la
“plenitud” de la revelación, es llamado y considerado el “Mesías”, pues Él
cumple las expectativas del pueblo: Se le considera el “Salvador del mundo”.
Jesús, ciertamente, tenía conocimiento
suficiente de las aspiraciones de su gente, anhelando su pronta liberación;
sin embargo, Él sin descartar esta justa aspiración popular, va más allá, y le
otorga la liberación plena, es decir, una liberación que involucre a la persona
completa y a su entorno social.
Cuando en la sinagoga Jesús leyó al
profeta Isaías (Ver Lc 4, 16 – 21), quiso enfatizar que todo lo que se había
esperado acerca de su persona era verdad, y que ha llegado el tiempo del
cumplimiento de las Escrituras.
Los Evangelios dan fe de que, en todo
su ministerio terrenal, Jesús dio convincentes evidencias de su ser el “Ungido
del Señor”.
Para nosotros… una herencia
Hoy, la Iglesia que fundó el Señor y
que ha prevalecido a pesar de todas sus flaquezas a través de los tiempos, es
la heredera del cumplimiento de estas profecías y está llamada a proclamar a
todo el mundo el misterio de Jesús como el Cristo, el Mesías, el Ungido del
Señor.
En medio de un mundo incrédulo y
turbulento, es necesario darle a conocer, pero no sólo con palabras, sino con
acciones concretas, un auténtico testimonio de nuestra fe y amor… ¡Hay que
gritar que Jesús es el Mesías esperado!
Los hombres necesitan saber que entre
los pobres, los humildes, los discapacitados, los desvalidos, los marginados, y
los violentados de nuestra actual sociedad, sigue hablando y actuando el
“Esperado de todos los siglos”.
La función profética de la Iglesia
debe ser ejercida con firmeza y con mucha valentía, confiando en la compañía y
respaldo de Jesús, nuestro Mesías.
Él sigue siendo nuestro Señor y
Salvador, nuestra esperanza, nuestro consolador, nuestro pronto auxilio en la
tribulación…
El mundo necesita tener evidencias
certeras de que todo esto es verdad… desea comprobar que las profecías acerca
del Salvador se han cumplido definitivamente…
¿Lo darás hoy a conocer?
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