“Sobre él reposará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor…”
(Ver Is 11, 2)
Regalos
Cuando hablamos de un “don”, nos referimos a un “regalo”,
es decir, a una “gracia inmerecida”, que se otorga por pura gratuidad; obra,
pues, de la bondad de nuestro Dios.
El Señor nos concede, por medio de su Espíritu Santo,
siete dones, siete gracias especiales para vivir “a lo cristiano” nuestra
existencia terrena y también para fomentar nuestra espiritualidad.
Algo “difícil” de una forma “fácil”
Cuando hablamos de los dones del Espíritu Santo, corremos
el riesgo de entenderlos como meras realidades sumamente complejas y reservadas
para las mentes privilegiadas, acostumbradas a lenguajes rebuscados y términos
teológicos poco comprensibles. Podemos, pues, distanciarlos de nuestra vida…
Vamos a tratar de comprender hoy, de una forma sencilla,
estos sagrados dones. Analicemos un simple ejemplo:
Cuando tengo sed, puedo acudir a una tienda de abarrotes
y comprar una bebida embotellada.
Si al probarla compruebo que aquella bebida no sólo me
quita la sed, sino además me deja un “buen sabor de boca”, tengo ganas de
compartirla con los demás, o darles a conocer que vale la pena adquirir dicha
bebida…
Así de sencillo… aquí tenemos plasmados los siete dones
del Espíritu Santo…
El envase que contiene la bebida (la botella contenedora)
podría entenderse como la “inteligencia”, también llamada “entendimiento”, es
la “capacidad que tenemos para poder conocer y asimilar la voluntad de Dios en
nuestra vida”. Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de
Dios y profundizar en las verdades reveladas.
El líquido que contiene este recipiente podría entenderse
como la “ciencia”, es el “conjunto de verdades que nos manifiestan la voluntad
de Dios”. Es el don que nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en
su relación con el Creador.
Cuando se prueba y se asimila el líquido de nuestro
envase, podríamos comprenderlo como la “sabiduría”. Es decir, el "hacer nuestras" estas
verdades. Se podría entender como “el gusto para lo espiritual”, como la
capacidad de juzgar según la “medida” de Dios.
La “piedad” equivaldría al “reconocimiento” que se hace
de dicha bebida: A quien la hizo y a quien la distribuye. Es el don que sana
nuestro corazón de todo tipo de durezas y lo abre a la ternura para con Dios
como Padre y para con los demás como verdaderos hermanos.
La “fortaleza” es esa “renovación especial” que se
experimenta al saciar nuestra sed. Es la fuerza sobrenatural que nos impulsa a
obrar valerosamente en lo que Dios quiere para nosotros, sobrellevando
cualquier contrariedad, y resistiendo cualquier pasión interna o presión del ambiente
externo, superando la timidez y la agresividad.
Si yo, después de comprobar lo refrescante y agradable
que es mi bebida, la comparto, o la doy a conocer a los demás, comprobaría el “consejo”.
Es ese don que “ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria nos
impone, sugiriéndonos lo que es lícito, lo que corresponde y lo que más le
conviene a nuestra alma y a la de los demás”.
Finalmente, yo desearía que siempre hubiera de esa
bebida, que nunca se agotara de la tienda donde la conseguí… Así es el “temor
de Dios”. Es ese don que nos hace tener un espíritu contrito, siendo
conscientes de las culpas y del castigo merecido, pero abiertos a la
misericordia y bondad de nuestro Dios. Se trata de un “temor filial”, de un no
querer ofender a aquel Padre tan bueno que nos da siempre gracia sobre gracia…
es ese gusto por querer “permanecer” y crecer siempre en la caridad…
Los dones del Espíritu Santo son “hábitos sobrenaturales
infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad
las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano”.
Son infundidos por Dios. Y es que el alma no podría
adquirirlos por sus propias fuerzas, ya que trascienden infinitamente el orden
puramente “natural”.
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