martes, 12 de julio de 2016

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO




“Sobre él reposará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor…”
(Ver Is 11, 2)

Regalos

Cuando hablamos de un “don”, nos referimos a un “regalo”, es decir, a una “gracia inmerecida”, que se otorga por pura gratuidad; obra, pues, de la bondad de nuestro Dios.

El Señor nos concede, por medio de su Espíritu Santo, siete dones, siete gracias especiales para vivir “a lo cristiano” nuestra existencia terrena y también para fomentar nuestra espiritualidad.

Algo “difícil” de una forma “fácil”

Cuando hablamos de los dones del Espíritu Santo, corremos el riesgo de entenderlos como meras realidades sumamente complejas y reservadas para las mentes privilegiadas, acostumbradas a lenguajes rebuscados y términos teológicos poco comprensibles. Podemos, pues, distanciarlos de nuestra vida…

Vamos a tratar de comprender hoy, de una forma sencilla, estos sagrados dones. Analicemos un simple ejemplo:

Cuando tengo sed, puedo acudir a una tienda de abarrotes y comprar una bebida embotellada.

Si al probarla compruebo que aquella bebida no sólo me quita la sed, sino además me deja un “buen sabor de boca”, tengo ganas de compartirla con los demás, o darles a conocer que vale la pena adquirir dicha bebida…

Así de sencillo… aquí tenemos plasmados los siete dones del Espíritu Santo…

El envase que contiene la bebida (la botella contenedora) podría entenderse como la “inteligencia”, también llamada “entendimiento”, es la “capacidad que tenemos para poder conocer y asimilar la voluntad de Dios en nuestra vida”. Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar en las verdades reveladas.

El líquido que contiene este recipiente podría entenderse como la “ciencia”, es el “conjunto de verdades que nos manifiestan la voluntad de Dios”. Es el don que nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.

Cuando se prueba y se asimila el líquido de nuestro envase, podríamos comprenderlo como la “sabiduría”. Es decir, el "hacer nuestras" estas verdades. Se podría entender como “el gusto para lo espiritual”, como la capacidad de juzgar según la “medida” de Dios.

La “piedad” equivaldría al “reconocimiento” que se hace de dicha bebida: A quien la hizo y a quien la distribuye. Es el don que sana nuestro corazón de todo tipo de durezas y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los demás como verdaderos hermanos.

La “fortaleza” es esa “renovación especial” que se experimenta al saciar nuestra sed. Es la fuerza sobrenatural que nos impulsa a obrar valerosamente en lo que Dios quiere para nosotros, sobrellevando cualquier contrariedad, y resistiendo cualquier pasión interna o presión del ambiente externo, superando la timidez y la agresividad.

Si yo, después de comprobar lo refrescante y agradable que es mi bebida, la comparto, o la doy a conocer a los demás, comprobaría el “consejo”. Es ese don que “ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria nos impone, sugiriéndonos lo que es lícito, lo que corresponde y lo que más le conviene a nuestra alma y a la de los demás”.

Finalmente, yo desearía que siempre hubiera de esa bebida, que nunca se agotara de la tienda donde la conseguí… Así es el “temor de Dios”. Es ese don que nos hace tener un espíritu contrito, siendo conscientes de las culpas y del castigo merecido, pero abiertos a la misericordia y bondad de nuestro Dios. Se trata de un “temor filial”, de un no querer ofender a aquel Padre tan bueno que nos da siempre gracia sobre gracia… es ese gusto por querer “permanecer” y crecer siempre en la caridad…

Los dones del Espíritu Santo son “hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano”.

Son infundidos por Dios. Y es que el alma no podría adquirirlos por sus propias fuerzas, ya que trascienden infinitamente el orden puramente “natural”.

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