“Jesucristo es el mismo ayer,
hoy y para siempre…”
(Ver Heb 13, 8)
Esta es una cuestión que no a pocas personas, a lo largo
de la historia, ha inquietado bastante. El “problema” oscila en descifrar si el
Jesús que realmente vivió en Palestina (el “Jesús histórico”), es el mismo que
conviene a la tendencia cristiana (el “Cristo de la fe”).
Como creyentes que somos, debemos confiar y estar seguros
de que Cristo es el mismo y de que en él no hay mutación alguna (es decir, de
que en él no hay ningún cambio que afecte a su esencia o a cualquiera de sus
naturalezas).
Tratemos de explicar brevemente cada una de estas
acepciones.
1. El “Jesús
histórico”
Se trata del personaje concreto, del hombre real que
vivió, creció y murió en Palestina hace más de dos mil años.
De este sujeto particular tenemos algunos testimonios que
dan fe de su historicidad:
a) Flavio Josefo (José Ben Matiyahou)
Apodado “el más judío de los cristianos” o “el más
cristiano de los judíos”. Fue un historiador hebreo con tendencias fariseas,
muerto en Roma hacia finales del siglo I.
Hacia el año 93 de nuestra era, en su obra “Antigüedades
judías”, escribió en su capítulo XVIII:
“Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio [si es
que es correcto llamarlo hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes,
un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo], y atrajo hacia Él
a muchos judíos [y a muchos gentiles además. Era el Cristo]. Y cuando Pilato,
frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo
había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le
abandonaron [ya que se les apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo
predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos profetas]. La tribu
de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día”.
Como es de esperarse, este texto le valió por un lado el
descrédito de su pueblo, considerándolo un traidor, y por otro, se le tuvo por
“héroe” y “benemérito” por parte de los cristianos, quienes ostentan con este
escrito un documento valioso para asegurar la existencia histórica del Maestro
Jesús de Nazaret.
b) Plinio (el joven)
No es el testimonio más feliz que tenemos, pero ayuda.
Entre los años 112 y 113 de nuestra era escribió una carta al emperador Trajano
desde Bitinia, describiendo la “plaga” en la que se habían convertido los
cristianos, así como el fuerte arraigo que tenían en su creencia. Además,
Plinio pide consejos a Trajano sobre cómo tratar a los “cristianos”.
c) Tácito
Historiador romano del siglo II. En sus “anales” escribió
lo siguiente:
“Por lo tanto, aboliendo los rumores, Nerón subyugó a los
reos y los sometió a penas e investigaciones; por sus ofensas, el pueblo, que
los odiaba, los llamaba “cristianos”, nombre que toman de un tal Cristo, que en
época de Tiberio fue ajusticiado por Poncio Pilato; reprimida por el momento,
la fatal superstición irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el
mal, sino también en la metrópoli [Roma], donde todas las atrocidades y
vergüenzas del mundo confluyen y se celebran…”
¡Vaya testimonio! Pero corrobora la autenticidad
histórica de Jesús y de sus seguidores.
d) Suetonio (Gayo Suetonio Tranquilo)
Hacia el año 120, en su obra “Vida de los césares”, da fe
de cómo el emperador Claudio expulsó a los judíos de Roma, culpándolos por un
tal “Crestus”.
Años más tarde, escribió acerca de Nerón:
“Bajo éste [su reinado] se reprimieron y castigaron
muchos abusos, dictándose reglamentos muy severos [...] Nerón infligió
suplicios a los cristianos, un género de hombres de una superstición nueva y
maligna…”
e) Habría que agregar los testimonios cristianos (padres
apostólicos), los evangelios apócrifos y los textos bíblicos que, por razones
de espacio y tiempo, no podemos detenernos a explicar con más detalle.
2. El “Cristo de
la fe”
Como adelantábamos, se trata de “empatar” estos
testimonios históricos con la “supuesta identidad del Mesías”.
Hay quienes piensan que Jesús sí vivió, pero que los
testimonios sorprendentes que nos narran los Evangelios son mera superstición o
fantasía.
Quienes cuestionan la Escritura han tratado de “dividir”
los textos sagrados: Por un lado lo netamente “humano” de Jesús, todo lo “malo”
que podamos recoger (si Jesús lloraba, si sentía ira, si estaba cansado, si
tenía hambre, etc.); y por otro el lado “amable” o “divino” del Señor (si hacía
milagros, si resucitó de entre los muertos, si ascendió a los cielos, etc.).
En 1988 fue llevada a la pantalla grande una obra novelesca
de Nikos Kazantzakis, titulada “La última tentación de Cristo”. En ella se
pretende “desasociar” estas dos realidades: el hombre y el Mesías… si bien la
obra aclara que es “mera ficción”, hubo quienes, apoyándose en esta teoría,
quisieron fomentar esta “dupla de personalidades”.
Ya hemos aclarado que en Jesús no existe tal diversidad.
Él es el mismo. Él no cambia. No es en ocasiones sólo un hombre, y en otras
sólo Dios. Tampoco debemos considerarlo "mitad hombre - mitad Dios". Sus dos naturalezas, la humana y la divina, están perfectamente
unidas y nunca se pierden.
Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Así lo
profesa nuestro credo. Así lo creemos por fe.
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