“Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo:
Esto es mi cuerpo entregado por ustedes; hagan esto en
memoria mía.
Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo:
Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cuantas veces beban de él, háganlo en memoria mía…”
(Ver 1 Cor 11, 23 - 25)
Con varios nombres
Para denominar al Sacramento que es “fuente y culmen de toda
la vida cristiana” (Ver LG 11), la Iglesia utiliza varios nombres: “Eucaristía”
(“Acción de Gracias”), “Sagrada Comunión” (“Común – unión”), “La cena del
Señor”, “El banquete del amor”, etc. Como sea, todos estos apelativos designan
al “Sacramento de los Sacramentos”.
¿Qué entendemos
por “Eucaristía”?
La Eucaristía es el Sacramento en el cual, bajo las
especies del pan y el vino, Jesucristo se halla verdadera, real y
sustancialmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Que la Eucaristía es verdadero y propio sacramento,
constituye una verdad de fe declarada por el Magisterio de la Iglesia (Ver Dz
844).
Esto se deduce del hecho de que en ella se cumplen las
notas de los sacramentos de la nueva ley. Veamos.
* Signo sensible
Es un signo externo y está al alcance de nuestros
sentidos. Su materia es el pan (sin levadura), y el vino (de uva fermentada).
* Instituido por
Cristo
Así consta en las siguientes citas de la Sagrada
Escritura:
- Mt 26, 26 – 28
- Mc 14, 22 – 25
- Lc 22, 19 – 20
- 1 Co 11, 23 - 26
* Confiado a la
Iglesia
Pues ella es la dispensadora de esta gracia
especialísima. Cristo dijo a sus apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”. Así,
pues, la Iglesia se siente “responsable” de administrarla frecuente y
correctamente. La Eucaristía “hace a la Iglesia”, y la Iglesia “hace la
Eucaristía” (Ver EE).
* Que nos
transmite la Gracia
La Eucaristía es capaz de producir por sí misma el
aumento de la Gracia Santificante, incluso mayor que cualquier otro sacramento,
ya que “contiene” al mismo autor de la Gracia…
Tan profunda es la mutua unión que se establece entre el
alma y Cristo, que puede hablarse, efectivamente, de una verdadera
“transformación” del alma que lo recibe adecuadamente en Cristo mismo.
Efectos de la
Eucaristía
- Aumento de la Gracia Santificante (unión con Dios en su
amistad).
- Gracia Sacramental Específica (nutrición de la vida
espiritual).
- Perdón de los pecados veniales (los mortales se perdonan
con la confesión).
- Prenda de la vida eterna (por esta “común unión” que se establece
entre el alma y Dios).
Necesidad de la
Eucaristía
Jesús dijo que “el que no come su carne y no bebe su
sangre no puede tener la vida eterna” (Ver Jn 6, 54), pues bien, en
correspondencia, la Iglesia manda, en su tercer mandamiento, comulgar al menos
una vez al año. También hay “obligación” de comulgar en peligro de muerte (en
forma de “viático”. Hablaremos más de él después), como una preparación
adecuada para bien morir (Ver CEC 1517, 1524 - ss).
El ministro de la
Eucaristía
Sólo el Sacerdote, válidamente ordenado, es el ministro
capaz de efectuar este Sacramento, actuando en “Persona de Cristo” (CEC 900;
1911), distinto es, pues, este ministerio sacerdotal del sacerdocio común de
todos los fieles (Dz 949; 961). Por tanto, ni los laicos ni los diáconos pueden
consagrar…
El sujeto de la
Eucaristía
Todo bautizado es sujeto capaz de recibir válidamente la
Eucaristía, aunque se trate de un niño (Ver Dz 893). Sin embargo, en nuestro
medio, es común que este Sacramento se reciba cuando ya se tenga un suficiente
“uso de razón” (alrededor de los 9 años de edad).
Sin embargo, para la recepción válida de este Sacramento
sí se requiere:
Estado de Gracia.
Intención recta, buscando la unión con Cristo.
El pecado venial no
es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza y del amor hacia el
Señor dolerse aún de las faltas más pequeñas para mantener un corazón bien
dispuesto…
Junto a las disposiciones anteriores del alma y como
lógica manifestación están las del cuerpo: Además del ayuno eucarístico (muy
recomendable), el modo de vestir, la postura, etc., que son signos de respeto y
reverencia nuestra hacia el Señor, nuestro alimento (Ver CEC 1387).
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