viernes, 8 de julio de 2016

COMUNIÓN




“Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo:
Esto es mi cuerpo entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.
Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo:
Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre;
cuantas veces beban de él, háganlo en memoria mía…”
(Ver 1 Cor 11, 23 - 25)

Con varios nombres

Para denominar al Sacramento que es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Ver LG 11), la Iglesia utiliza varios nombres: “Eucaristía” (“Acción de Gracias”), “Sagrada Comunión” (“Común – unión”), “La cena del Señor”, “El banquete del amor”, etc. Como sea, todos estos apelativos designan al “Sacramento de los Sacramentos”.

¿Qué entendemos por “Eucaristía”?

La Eucaristía es el Sacramento en el cual, bajo las especies del pan y el vino, Jesucristo se halla verdadera, real y sustancialmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Que la Eucaristía es verdadero y propio sacramento, constituye una verdad de fe declarada por el Magisterio de la Iglesia (Ver Dz 844).

Esto se deduce del hecho de que en ella se cumplen las notas de los sacramentos de la nueva ley. Veamos.

* Signo sensible

Es un signo externo y está al alcance de nuestros sentidos. Su materia es el pan (sin levadura), y el vino (de uva fermentada).

* Instituido por Cristo

Así consta en las siguientes citas de la Sagrada Escritura:

- Mt 26, 26 – 28
- Mc 14, 22 – 25
- Lc 22, 19 – 20
- 1 Co 11, 23 - 26

* Confiado a la Iglesia

Pues ella es la dispensadora de esta gracia especialísima. Cristo dijo a sus apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”. Así, pues, la Iglesia se siente “responsable” de administrarla frecuente y correctamente. La Eucaristía “hace a la Iglesia”, y la Iglesia “hace la Eucaristía” (Ver EE).

* Que nos transmite la Gracia

La Eucaristía es capaz de producir por sí misma el aumento de la Gracia Santificante, incluso mayor que cualquier otro sacramento, ya que “contiene” al mismo autor de la Gracia…

Tan profunda es la mutua unión que se establece entre el alma y Cristo, que puede hablarse, efectivamente, de una verdadera “transformación” del alma que lo recibe adecuadamente en Cristo mismo.

Efectos de la Eucaristía

- Aumento de la Gracia Santificante (unión con Dios en su amistad).
- Gracia Sacramental Específica (nutrición de la vida espiritual).
- Perdón de los pecados veniales (los mortales se perdonan con la confesión).
- Prenda de la vida eterna (por esta “común unión” que se establece entre el alma y Dios).

Necesidad de la Eucaristía

Jesús dijo que “el que no come su carne y no bebe su sangre no puede tener la vida eterna” (Ver Jn 6, 54), pues bien, en correspondencia, la Iglesia manda, en su tercer mandamiento, comulgar al menos una vez al año. También hay “obligación” de comulgar en peligro de muerte (en forma de “viático”. Hablaremos más de él después), como una preparación adecuada para bien morir (Ver CEC 1517, 1524 - ss).

El ministro de la Eucaristía

Sólo el Sacerdote, válidamente ordenado, es el ministro capaz de efectuar este Sacramento, actuando en “Persona de Cristo” (CEC 900; 1911), distinto es, pues, este ministerio sacerdotal del sacerdocio común de todos los fieles (Dz 949; 961). Por tanto, ni los laicos ni los diáconos pueden consagrar…

El sujeto de la Eucaristía

Todo bautizado es sujeto capaz de recibir válidamente la Eucaristía, aunque se trate de un niño (Ver Dz 893). Sin embargo, en nuestro medio, es común que este Sacramento se reciba cuando ya se tenga un suficiente “uso de razón” (alrededor de los 9 años de edad).

Sin embargo, para la recepción válida de este Sacramento sí se requiere:
Estado de Gracia.
Intención recta, buscando la unión con Cristo.

El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza y del amor hacia el Señor dolerse aún de las faltas más pequeñas para mantener un corazón bien dispuesto…

Junto a las disposiciones anteriores del alma y como lógica manifestación están las del cuerpo: Además del ayuno eucarístico (muy recomendable), el modo de vestir, la postura, etc., que son signos de respeto y reverencia nuestra hacia el Señor, nuestro alimento (Ver CEC 1387).

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